20 marzo, 2009

…Un nuevo pasajero…

Esa noche Gabriel se encontraba un poco somnoliento, manejando por las calles oscuras de la capital, pensando en millones de cosas mientras las luces de unos cuantos carros que pasaban, le iluminaban los retrovisores y lo hacían mantenerse en su carril, que para esa hora estaba medio vacío y permitía que el motor del vehículo rugiera tímidamente y mostrará en el tablero una velocidad de unos 80 km/h. 

En esa situación y como todas las noches anteriores, se permitió bajar la ventanilla para sentir las caricias de ese viento nocturno, que tenía un ligero toque friolento y que al parecer cargaba consigo una extraña soledad de carretera. Luego de manejar sin rumbo fijo durante unas cuantas horas, Gabriel decidió comenzar su trabajo.
Desde 4 años antes, se dedicaba a la peligrosa profesión del volante, si, era taxista, y no por necesidad de dinero sino porque sentía la necesidad de compartir con desconocidos, ya que no tenía una esposa que lo esperara calentando la cama o unos hijos que lo recibieran con un gran abrazo al cruzar la puerta, y no porque no quisiera, sino que simplemente todos esos esbozos y oportunidades de familia, habían fracasado para él. Manejaba cubierto por la noche, y es que desde muy joven había desarrollado la capacidad de mantenerse despierto hasta altas horas de la madrugada, amparado por el sueño de los demás mientras él solo vagaba por sus pensamientos y quehaceres habituales de la universidad, amigos o simplemente unas copas solitarias en el escritorio donde colocaba su computadora para charlar un rato con una pila de extraños que de cierta manera, lo hacían sentirse como en casa. 

Poco a poco, y cuando aún la brisa fría le azotaba la cara, aminoro la velocidad para pegarse a la acera y buscar algún alma solitaria que necesitara ser llevado sano y salvo a su hogar. Recorrió con ojos centelleantes cada una de las esquinas, pero no lograba conseguir ningún posible cliente, y mientras continuaba se permitió hablar en voz alta: 
- Como que no es tu noche Gabito, estas calles están mas desiertas que el Sahara -, y como un niño pequeño río por la mala comparación que se le ocurrió para relacionar una ciudad solitaria con aquella gran extensión de tierra ubicada en el continente africano y que era el desierto cálido mas grande del mundo con unos 9.065.000 km2, y de nuevo esbozo una sonrisa: - Tu si sabes Gabito, las clases de geografía no te pasaron desapercibidas -, y así seguía manejando y recordando aquella maña que había adoptado para referirse a él en tercera persona y con un diminutivo, cosa que era una costumbre familiar y de sus amigos para así dejar perfectamente anotado que poseía 1,50 metros de estatura, detalle que para él a veces no era muy agradable. 

Echó una mirada inquisitoria a una esquina y allí estaba, al parecer había surgido un cliente; era un viejo vestido extrañamente con un chal, sombrero de pajarita, traje de lino perfectamente planchado, zapatos dignamente lustrados que brillaban por los reflejos de los faroles de la calle y un reloj que colgaba de uno de los bolsillos.
El hombre, al observar que el vehículo se acercaba, hizo la señal de parada con su bastón alzándolo perfectamente a unos 90º, lo cual le causó gracia a Gabriel, quien lentamente se aproximó a la acera y le bajó el volumen a la música que ambientaba su soledad, - Buenas noches don, ¿a donde va? -, mientras observaba sus grandes bigotes engominados y su extraño sombrero, - Voy para viejo, aunque ya desde hace tiempo lo soy, pero mientras tanto puedes llevarme a mi casa que esta a unas cuantas cuadras -, contestó el don con un tono cómico que hizo sonreír a Gabriel. 
- Bueno móntese, yo lo llevo – le dijo, mientras abría la puerta del asiento delantero y le daba unas cuantas palmadas a la tela para sacarle un poco el aire a desuso que tenía y así recibiera a su nuevo pasajero. 

El don se acomodó lentamente en el asiento, se sacó el gorro de pajarita para colocarlo sobre el tablero del carro y luego proceder a observar el reloj de bolsillo, - Son las 10:30 de la noche, pues mire que tarde es – exclamó sorprendido mirando a Gabriel, para luego decirle: - Llévame a la Avenida Obelisco con calle Ventura, allí esta mi casa donde de seguro mi esposa ya esta preocupada esperándome con la cena. 
Gabriel se ajusto al volante y arrancó el automóvil, lentamente y sin apresuramientos para no estresar al viejo, además que con lo solitario de la noche llegarían en 10 minutos manejando a una velocidad moderada. 

Así comenzaron su andar, y mientras la música sonaba a bajo volumen, Gabriel miró extrañado el reloj de su vehículo que marcaba la 1 am., detalle que lo impactó, - ¿Será que este señor esta loco o su reloj esta descompuesto?, me acaba de decir que son las 10:30 pm, y que su esposa lo espera – y luego, miró a su pasajero quien tenía los ojos fijos en el asfalto, absorto quien sabe en que lugar de sus pensamientos. 

...Continuara..?