08 agosto, 2010

...Placeres de domingo...


Habían decidido ir a un club para pasar una tarde dominical, ella con un traje de baño morado que acentuaba el color chocolate de su piel y él con un short desteñido de los que le gustaba usar.

El día transcurrió normalmente, mientras el chico le daba unas cuantas vueltas a la piscina, ella se encargaba de tomarle fotos a los niños de alrededor y a la naturaleza. Al final de la tarde, se metieron juntos a nadar y a jugar un poco como niños, se salpicaban con agua, se hundían, se abrazaban y al final salían a la superficie riendo y besándose tiernamente.

Ya el club estaba desierto, solo quedaban ellos en el agua y él decidió acercarse de manera sugerente al cuerpo de su chocolate. Desde atrás comenzó a palpar aquella piel, sus manos recorrieron su vientre, su ombligo y su pecho, que ya estaba mostrando ciertos efectos por el frío.

Mientras continuaba palpándola, comenzó a besarla por el cuello, morderla por el lóbulo de la oreja y abrazarse fuertemente a ella. Sus cuerpos parecían ser un ente que bailaba al ritmo de una melodía que solo ellos entendían.

La parte de arriba del traje de baño morado, estaba en el piso de la piscina y los senos de ella libres; erizados por el agua helada y las caricias que recibían. Ella le dijo algo al oído, y sin más las manos de su chico quitaron lo que restaba de traje de baño, y poco a poco la fue haciendo suya.

En un vaivén de caderas sus cuerpos se frotaban, mientras el agua hacía que todo fuera más suave. Ambos se mordían los labios mientras trataban de besarse y con las manos recorrían cada rincón que podían.

Él sujetaba las caderas de su chica, mientras que ella sentía que necesitaba más de un par de manos para sentir y tocar todo lo que necesitaba, aunque tenía una rozando su máximo punto erótico mientras que la otra jugueteaba con sus senos.

Continuaron en esa especie de conflicto corporal, hasta el punto en que ambos cuerpos calentaron el agua que les rodeaba y un desfallecimiento los cubrió. En el horizonte ya el sol se ocultaba y la luna le daba paso a una nueva noche. Una nueva tarde había pasado para ambos.