05 marzo, 2011

...La llegada de la felicidad... (III-III)

Todo se repite de nuevo

Esa tarde Carlos Tomas soplaba ocho velas en una magnifica torta que la abuela le había hecho.

Por ser amistoso como su mama Carolina, la casa estaba llena de niños y niñas que correteaban por todos lados. Globos, serpentinas, payasos y demás atracciones animaban la fiesta.

Ocho años habían pasado desde que Alberto se atrevió a cruzar la puerta de Carolina para ayudarle, para acompañarla en las buenas y las malas, en fin, para que ambos estuvieran realmente felices.

Los dos estaban progresando con una empresa propia y además en los trabajos de sus respectivas profesiones, así podían costearse ciertas comodidades para ellos, para Carlos Tomas y tener un futuro más que asegurado.

Al nacer, Carlos Tomas los llenó de dicha y a veces, solo a veces, de algunas molestias acompañadas de malos olores.
Lo vieron crecer mientras le cambiaban los pañales, lo bañaban para dejarlo como una mota lleno de talco, lo dormían en su cuna al son de poemas que Alberto le escribía y así pasaban los días.

Una mañana, cuando Carolina se despidió de él con un beso para ir al trabajo, Carlos Tomas dio sus primeros pasos para no dejar que su mamá se fuera. Después de ese día fue un crecer repentino.

El típico balbuceo para llamar a las cosas; para Carlos Tomas en el jardín estaba la plor, su juguete favorito era la tota - una pelota grande azul-, el peluche que siempre lo acompañaba era llamado momo - un orangután amarillo - y Carolina mamá y Alberto simplemente Beto, aunque se esforzaran todos por hacerlo decir papá.

La ropa que le compraban solo la usaba unas dos veces, Carolina insistía en comprarle prendas como si fuera un príncipe, incluso ya le había adquirido su uniforme para el primer día de pre escolar. Carlos Tomas crecía y ellos ya comenzaban a sentir la nostalgia de tener un niño en casa.

A los 4 años lo mandaron a la guardería, rápidamente y ayudado por Beto aprendió a leer, garabatear letras y a dibujar. Mamá lo enseñaba en los números, las sumas, las restas e increíblemente, en el orden hogareño.

En preescolar Carlos Tomas ya era sobresaliente, tenía amiguitos, hablaba hasta por los ojos como su mamá y tenía imaginación como papá. Los profesores le auguraban una buena vida académica.

Primer grado y segundo grado pasaron volando, no solo por el hecho de la cantidad de tareas sino porque participaba en natación, teatro y la coral.Ya Carlos Tomas era un niño con todo lo que sus padres habían soñado.

Por eso, esa noche al finalizar su fiesta de cumpleaños y haberlo acostado en su cama junto a "Momo", Carolina y Alberto se fueron a su cuarto.

Ambos, a pesar que estaban cansados, se miraron a los ojos, él la tomo por las mejillas y dulcemente la besó en los labios. Sin decir palabras, se desnudaron y se entregaron al placer de sus cuerpos, esta vez sí sabían lo que hacían.

Carlos Tomás tendría un hermanito en nueve meses y todo se repetiría de nuevo.