08 octubre, 2011

...Muchas vidas, muchos sabios...

Siempre he visto la vida como un triatlón, un conjunto de etapas cada una más difícil que la otra. Sin embargo, en cada uno de esos momentos complicados tenemos a mentores, maestros, sabios, etc.; que se encargan de impartir lecciones que pueden impactar en nosotros de una manera ínfima o por el resto de nuestros días.

Me refiero a aquellos que durante nuestro desarrollo académico se encargaron de darnos a través de sus palabras, sus conocimientos. En mi caso, en bachillerato y la universidad existieron tres personas que, sin quererlo, me dieron buenas enseñanzas tanto para mi desenvolvimiento cotidiano como para tomar lecciones de vida.

Durante la secundaria, específicamente noveno grado, conocí a Máximo Castro, un profesor bastante fuera de lo normal: grosero, vestido siempre de jeans y camisa de cuero, un poco desarreglado y podría decirse que hasta vulgar; no obstante, tenía una manera de enseñar a sus alumnos de una forma que aún hoy lo recuerdo.

Gracias a él todavía sé que mientras una persona me habla, no puedo tener las manos en la cara porque eso denota -como él mismo diría- "ladilla" (fastidio); si alguien lo hacía en su clase, le gritaba en tono bastante alarmado: "Quítate la mano de la cara".

También por ser electricista me ayudó a aprender cómo cambiar un bombillo, hacer un circuito y, gracias a sus buenos ejemplos, a llamar las cosas por su nombre: "Un carro tiene un acumulador de energía, la batería es lo que tocan las bandas de rock"; "Un aire acondicionado se enciende, si quieres prenderlo busca gasolina y le metes candela", y así muchas cosas que me han servido para ver mi vida cotidiana de manera diferente.

Más tarde en mis estudios de Técnico Superior en Turismo, conocí a la profesora Perla Noguera, una mujer sin igual que era una contrariedad en dos pies. Por una parte impartía "Teoría de la comunicación" en la universidad y por la otra, era detective de la Policía Metropolitana.

Su personalidad era dicharachera contrastando con el cabello rubio, cuerpo esbelto, uñas bien pintadas excepto la del dedo índice que colocaba en su pistola calibre .38 y, su vocabulario era muy bueno, aunque a veces se le escapaban las típicas groserías que van de la mano con una molestia.

Perla me enseñó que querer es poder. Sus clases eran una inyección de vitalidad increíble y trataba a sus alumnos de igual a igual, "como panas" (colegas) porque todos dentro del salón de clases eramos iguales. Allí en esa aula también aprendí que al momento de exponer, debes ver a tu público y hablar, si lo que haces es leer tu material de apoyo que parece un testamento, "por favor siéntate y deja que otro explique lo que tú no sabes".

Profesor Roberto Pérez León
Para finalizar, y aplicando la frase de que los últimos serán los mejores, quisiera escribir acerca de "el cubano" Roberto Pérez León, un maestro-sabio que daba clases de Edición y Estilo I durante mis estudios de Periodista. "El cubano" era un tipo calvo, bigotudo, lentes oscuros, y vestido siempre con guayabera.
Su personalidad era sin igual, tenía una visión bastante acertada de sus alumnos: "Ustedes siempre se la pasan ladillados, un día de estos van a despertar y se matarán porque no tienen nada qué hacer". Por otro lado me inculcó aún más el cariño por Gabriel García Márquez, los artículos de opinión de Vargas Llosa y el placer de la lectura.

En su clase escribí "América latina en Macondo", un texto que me valió el único 18 de la clase, porque para Pérez León el 20 no existía, "la perfección no existe compadre".

También aprendí acerca del comunismo, Cuba y el socialismo del siglo XXI, procesos que según él son poco bien recibidos porque "se encargan de quitarle la individualidad a una persona, convirtiéndola en un simple punto de una masa o colectivo".

Finalmente puedo decir que le agradezco a estos tres sabios lo que me enseñaron, gracias a ellos pude ver mi vida desde un prisma diferente y tomar unas simples palabras para convertirlas en conocimientos, en enseñanzas que seguramente seguiré compartiendo con muchos otros, porque la sabiduría debe ser compartida, no encerrada bajo llave.