29 marzo, 2012

...Contra la pared...

Después de perseguirla unos cuantos metros, decidió que era el momento de atacar. La acorraló contra una pared en el callejón oscuro, pegó su cuerpo contra el de ella y sintió ese aroma a mujer que salía de su piel, de su cuello y sus hombros.

Mientras ella gritaba, él se dedicó a morder sus orejas, a refregar su entrepierna contra su trasero y a sentir como un calor inusitado comenzaba a surgir. En ese momento recordó que necesitaba algo más; sacó una navaja y la pasó suavemente por el cuello de la chica; cortó las tiras del brassiere y recorrió la hendidura del centro de la espalda de ese cuerpo femenino con la punta filosa.

Con una de sus manos le tapó la boca a su víctima y con la otra, buscó signos de excitación en ese cuerpo que estaba asaltando. Sintió como la punta de esos senos estaban comenzando a ponerse duras, el vientre estaba sudado - tal vez por temor o por la liberación de hormonas - y ya había un vaivén entre los dos cuerpos.

Sin pensarlo, terminó de romperle la ropa a la chica y con lo que quedaba del resto de su ropa interior, le amarró las manos. La volteó y la besó completa, al final, cuando estuvo saciado de toda esa feminidad que no conocía; decidió que era el momento de acabar.  

Buscó la navaja y rápidamente la hundió en ese viente puro y terso. Un grito ahogado rompió la noche y así, sin más, él se siguió su camino de manera relajada al haber liberado una tensión que tenía acumulada desde hace mucho.