17 junio, 2012

...Un bien a la sociedad... (II-III)

Cuando despertó, la chica que estaba amarrada en la silla no pudo reprimir un grito cuando entornó la vista y vio a uno de sus amigos desnudo sobre una mesa.

Mi idea era torturar un poco a uno de esos amanerados y descubrir qué placer sentían al desviarse. Pequeños cortes atravesaban sus brazos, sus pantorillas, sus pómulos y su pecho. Lo coloqué de espaldas, acerqué un poco la silla donde estaba amarrada su amiga y comencé a jugar con mis cuchillos. 

Busqué una botella vacía de cerveza, la calenté en la cocina y decidí introducirla por un lugar donde pensé que a aquel chico le gustaría, sin embargo, chilló de dolor y comenzó a retorcerse de agonía. En ese momento le dije que observara a la chica amarrada, que viera ese cuerpo y se diera cuenta que en eso debía interesarse, no buscar placeres prohibidos en lugares poco usuales, por esa razón lo estaba torturando. 

Sin sacar el objeto de su humanidad, lo voltee sobre la mesa para terminar todo aquello. Tomé uno de los cuchillos, le corté su miembro y lo eché en una olla, más tarde eso serviría de alimento para los caninos. La chica no pudo reprimir vomitar ante todo aquello, la golpee directamente en la cara y evité que se durmiera, no debía perderse lo siguiente. 

El amanerado ya se había desmayado mientras se desangraba. Busqué un pequeño bisturí, le quité los párpado y luego saqué lentamente cada uno de sus ojos. No puede evitar sentir esa viscosidad en mis manos, tomé uno de ellos, lo lavé y los mordí; era parecido a comer ojos de pescado, solo que más líquido corría a través de mi garganta. Ante la muerte de su amigo, la chica no pudo reprimir gritar, implorar por ayuda y pedir que dejara de hacerle daño. 

Ya el cuerpo del chico no tenía vida. Corté sus dedos, un poco de la grasa alrededor de su estómago, trozos de su trasero y sus orejas. Eso también fue a parar a la olla donde estaba guardando el alimento para mis perros. Mientras tanto, yo abrí su vientre y busqué su hígado, un órgano que siempre me gustaba por su sabor a sangre. 

Mis perros olfateaban alrededor de la mesa y por ello tuve que darles un regalo para que se calmarán, desamarré lo que quedaba del cuerpo y se los dí. Los cuatro cachorros se lanzaron sobre el cadáver, y vi como sus hocicos se llenaban de sangre, trozos de carne y parte de órganos que iban sacando. 

Ya para ese momento, ante el festín de canibalismo, la chica se desmayó de nuevo. La tomé en brazos, la coloqué desnuda sobre la mesa, la amarré y me tomé el trabajo de esperar a que despertara. Con ella, las cosas serían diferentes.