01 julio, 2013

...¡Maldita sea!...

Dos palabras, un motivo. Lo he dicho tantas veces por la misma causa, que ya perdí la cuenta. Algunos dicen que es una grosería, otros que es un insulto directo al creador del cielo y la tierra y los mayores, se atreven a darte una bofetada cuando eres menor de edad para que no lo repitas. 

Para mi, es una terapia. Con estas dos palabras dejo salir molestias, decepciones, violaciones directas a mi confianza y sobre todo, cuando alguien se atreve a verme la cara. Decir en voz alta Maldita sea, es como golpear una pared, como patear una mesa, como disparar un arma o como el deseo de matar alguien, la ventaja es que te evitas toda la destrucción, toda la sangre o una condena en la cárcel por acabar con una vida. 

Este alarde de rabia lo prefiero en mi lengua materna, el español es tan sabroso para este caso que no lo cambio por nada. Tiene un son, un sabor único cuando lo gritas. Maldito sea yo, Maldita seas tu, Malditos sean todos. A veces es necesario insultar todo, hacer como el efecto de una bomba atómica para destruir nuestro entorno, que permita reconstruir todo sobre los desechos que quedan. 

Maldita sea la gente que habla de la boca para afuera, los que creen que todo en la vida es un juego y que las palabras, los escritos o los inicios de un sentimiento, son estupideces. No creo en nada, no creo en sueños y mucho menos, no creo en letras que vengan de otra fuente que no sean mis manos. Maldita sea, lo que originó este escrito.