04 septiembre, 2013

...¡Buenas noches, amor!...



En el sótano de mi casa guardaba un secreto. Tras esa puerta oscura se ocultaba un pequeño espacio donde solo se amontonaba una mesita, un tubo roto que dejaba caer unas cuantas gotas de agua, una ventana tapada por varias tablas y mi accesorio favorito: la estructura metálica de un catre pegado contra una pared, allí la tenía amarrada. 

La mujer de mis sueños, a la que amé pero que muchas veces se negó a quererme, estaba desnuda frente a mi. Sus muñecas y tobillos ya estaban marcados por las cuerdas que la sujetaban desde hace una semana, la alimentaba poco, sus senos habían perdido tersura y sus costillas la marcaban como a un niño famélico del África. Sus labios resecos solo pronunciaban una palabra, día tras día: Liberame. 

No entendía que de esa forma, me estaba brindando el placer que tanto me negó. En las noches, antes de dormir, cuando mi cuerpo pedía acción y se negaba a irse a la cama, bajaba al sótano totalmente desnudo. Llevaba en mi mano unas pequeñas correas, un bisturí, falos de distintos tamaños y algunos cables de corriente. Disponía todo perfectamente sobre la mesa, conectaba la energía, cerraba la pequeña puerta y apagaba la luz: ¡Buenas noches amor!. 

A pesar de la oscuridad podía ver el filo reluciente del bisturí a cada movimiento, escuchaba como la electricidad hacía temblar ese cuerpo con el que soñaba. Cada grito me llevaba cercano al orgasmo, una emoción que solo llegaba cuando ella se desmayaba. Media hora después, en el baño podía ver como el agua lavaba esa dulce sangre que cubría todo mi cuerpo y que en algunos momentos se ligaba con mis fluidos sexuales. 

Era inevitable auto satisfacerme lubricándome con su sangre, oyendo en mi cabeza esos gemidos que seguramente eran de dolor pero para mi eran sinónimo de placer, ella lo era todo.

A la mañana siguiente, con una pequeña bombilla limpiaba sus heridas, tomaba gotas de agua y mojaba sus labios, trataba de abrirle sus ojos pero la hinchazón no la dejaba. Solo caían lágrimas que al final, también caían de mis parpados, la amaba y no podía verla así. La alimentaba, la curaba (...), prometía darle todo para que se quedara conmigo y me regalara nuevamente placer, ¡Gracias por estar junto a mi, amor!