09 enero, 2016

...Kurt Cobain, tú y yo...



Esa noche llegó vestida de negro impecable. Su cabello peinado, labios rojo carmín y una mirada perdida entre la oscuridad, con la actitud del que oculta algo pero a la vez quiere gritar un secreto a viva voz. 

¿Dónde dormiste anoche?, le pregunté. No contestó. La observé detenidamente, comprobando lo que mi mente y las feromonas que inundaban el ambiente me decían: otro la metió en su cama.

Sus senos estaban más abultados, sus caderas un poco más anchas y su trasero parecía que estaba más redondo, pensé que el sexo que yo le había dado permiso para tener la puso más bella y atractiva. 

Hice caso omiso a mis pensamientos, a su reacción esquiva y la recibí con los brazos extendidos. - Tengo suerte de haberte conocido, bebé-, le brindé mi mejor sonrisa y le di un largo beso que nos unió como en nuestra primera cita. 

Recordé aquel día. La buscaba para darme una oportunidad de conocer a alguien más, de descubrir qué había detrás de aquella "extranjera" callada y bella. 

Se montó en mi carro con una mini falda, unas medias negras y una chaqueta gris. - Sí, realmente tiene futuro-, pensé mientras le daba un beso en la mejilla. En esa primera cita comimos, conversamos, nos miramos y cuando la dejé en su casa nos dimos el primer beso. Fue interesante. Su cuerpo, sus labios y su mirada; que me daba una sensación de estarme metiendo en un gran lío, sin embargo me causaba un zumbido de amor en el corazón porque tal vez había conocido a mi reina. 

Volví al presente. Ya estábamos conversando sobre lo trivial. Mi trabajo, su trabajo, nuestro gato, el futuro y la cotidianidad de nuestra vida en pareja. Cenamos, vimos una película y nos acostamos en medio de la oscuridad.

Disfruté de su cuerpo que cada día me parecía un nuevo descubrimiento, a pesar de la larga existencia que llevábamos juntos. La acaricié, recorrí su trasero, sus senos, su vientre y su entrepierna. Sabiéndola de otro, me excité mucho más y sentí que su piel tenía un olor a espíritu joven, libre y seductor. 

Tuvimos sexo toda la noche. Me sentía hombre otra vez y lleno de energía. Ella sí, luego de haber sido usada por mi y unos días antes por su amante, quedó profundamente dormida con las sábanas delineando su perfecta desnudez. 

Yo no quería dormir, estaba como un gato encerrado que recorría la casa que desde hace unos meses habitábamos. Era pequeña, como un cuadrilátero de boxeo que se podía caminar en menos de un minuto. Busqué la guitarra, rasgué unos acordes y mientras meditaba una melodía que me sonaba perfecta, un zumbido interrumpió mi creatividad. 

La cartera de mi esposa brillaba. Una llamada perdida de sus padres o un mensaje, que gracias al tráfico de las líneas, se había quedado atrasado de unas horas antes. La curiosidad fue fuerte. Apenas hurgué por la abertura del bolso y el móvil estaba en mis manos.

Estaban llegando varios mensajes que parecían como una historia sobre una chica. Hablaba de senos, pezones, culos, movimiento de caderas, sexo salvaje, navajas, sangre y un profesor malvado. Al instante supe que el amante, que como yo también se las daba de escritor, le estaba relatando a mi mujer lo que habían hecho días antes. 

Seguí leyendo el relato y realmente me pareció muy bueno. Me la imaginé con sus medias negras, su mini falda y su cara malvada mientras poseía un cuerpo ajeno. Al culminar el relato, el amante seguía mandando archivos y luego, unas fotos. 

Cinco fotos bastante seductoras. Era mi esposa, que frente al móvil mostraba sus grandiosos senos ocultos bajo un brassiere negro. Una de esas imágenes me la había mandado como un regalo, pero las otras me resultaban desconocidas. Ella con boca de zorra, otra mostrando su cuello como para ser mordido o desgarrado por una navaja, una a cuerpo entero y otra con un close up a la unión de sus glándulas mamarias. 

Eso sí me molestó un poco, yo le daba confianza para que me dijera todo y nuevamente me estaba ocultando cosas. Fui al cuarto y esperé que amaneciera.

Cuando el sol pegó en sus ojos, ella trató de levantarse pero le fue imposible. Como Polly, me pidió que la desatara, no quise complacerla. Le pregunté por qué, por qué no podía ser sincera para darme más seguridad. Nuevamente le hice la misma interrogante que cuando la recibí de su viaje ¿dónde dormiste esa noche?