Hoy me di cuenta que soy una piedra en un rompeolas.
Cada día veo salir el sol con su fuerza, su brillo y la energía que le imprime
a la tierra.
Mientras espero que suba la marea, para atropellarme con una
fuerza impresionante, miro directamente al horizonte para imaginar qué hay más
allá de esa línea de fantasía. Los barcos pasan lentamente, las gaviotas
revolotean en círculos y las olas comienzan a llegar.
La marea va subiendo, comienza a ahogarme pero ya estoy
acostumbrado. Los cangrejos caminan sobre mí y me quitan algunos pedazos, pero
ese es el ciclo de la vida: dar para recibir.
Sigo soñando con el horizonte cuando viene la gigantesca ola
que día tras día me impacta como un huracán. Me golpea con tal fuerza que
pareciera querer quitarme de su camino, al ver que sigo allí, retrocede y
nuevamente me golpea.
Yo, al ser una piedra moldeada por energía, ganas y
esperanza, permanezco firme ante sus atropellos. El resto de la tarde es una
lucha entre esa ola y mi cuerpo. Me da un golpe y retrocede, trata de ahogarme
y quemarme con agua salada, pero aún sigo con mis ojos bien abiertos.
Al final de la tarde, la ola comienza a cansarse y pasa a ser
una leve marea. El sol cae y todo se torna oscuro, los pájaros se van y el
horizonte se apaga, quedando tan solo adornado por millones de puntos blancos
que me llenan de ganas para seguir soportando a la gigantesca ola.
Ya es de noche, la ola se ha dormido y yo miro las
estrellas. Ella no lo sabe, pero me he enamorado. Gracias a sus embates por
borrarme de la tierra he sido moldeado, he cambiado y soy ahora más resistente.
Mañana vendrá a intentar desaparecerme y yo estaré allí,
resistiendo y tratando de decirle: detente, si trataras de entenderme, tú y yo
podríamos ser algo más que enemigos.