14 abril, 2017

A oscuras


La primera vez que sucedió, mis ojos estaban completamente ciegos. La noche nos cubría con un manto profundo, en el que mis manos y su voz podían ser mi única salida a ese embrollo.


Escuchaba un susurro y caminaba hacia allí, tropezando, tocando todo alrededor y tratando de adivinar dónde estaría ese cuerpo que siempre había deseado.

Sudaba frío, mis nervios me delataban y a cada paso, preguntaba dónde podía estar. Un paso hacia adelante, dos atrás. La mano izquierda, luego un paso hacia la derecha, todo era un espacio vacío.

Ya me estaba desesperando. Decidí detenerme un momento para guiarme con los sonidos, pero el silencio era totalmente seco. Continué mi búsqueda, di dos pasos al frente y choqué de lleno contra una pared. Di media vuelta sobre mi propio eje, estiré las manos y sentí algo distinto.

Sus manos habían tomado las mías. Me dejé llevar, primero acarició mis dedos y luego los puso sobre sus senos desnudos. Pude palpar la dureza de sus puntas, los acaricié en círculos y los imaginé como siempre los había soñado: carnosos, protuberantes y erizados.

La calma ahora estaba cortada por nuestras respiraciones. Sus manos me seguían guiando. Pude notar que mientras yo había caminado a ciegas, ella aprovechó para desnudarse y jugar a buscarme también.

Después de disfrutar de sus senos, puso mis manos sobre su panza, toqué su ombligo, rocé su vientre y luego fue delineando sus caderas y cintura. Me abrazó y yo hice lo mismo, atrapé su trasero entre mis manos y la acerqué hacia mí.

Besé su cuello, sus orejas, acaricié su espalda mientras ella hacía lo propio. Me separó de ella, nuevamente guió mis manos y las puso en el centro de su feminidad. Pude notar un calor húmedo, su respiración acelerada y sus movimientos de cadera.

Tanteando entre la oscuridad, busqué con mi boca sus senos, su vientre y luego sus rincones prohibidos. Ya no había silencio, solo un compás de susurros y monosílabos. Ella seguía mandando, así que inexplicablemente me llevó entre la oscuridad a un rincón, se puso de espaldas a mi y me ofreció su cuerpo.

Fueron los minutos más largos de mi vida. Nos fundimos en uno solo, sin vernos las caras, sin besarnos, sin hablarnos. Solo nos unimos en la oscuridad y al terminar, así como la encontré, se separó de mí. Llevó mis manos a su boca, las besó y desapareció.

La luz volvió a la habitación, sus ropas estaban en el suelo y sobre ellas una nota: ¡Cada vez que estés con una mujer, me recordarás, soy todas en una! Nunca la vi, nunca la conocí pero siempre la imaginé como la probé esa noche: perfecta, femenina y atrevida.