08 septiembre, 2017

Galletinas

Foto tomada de @galletinas

Estábamos teniendo el mejor sexo de nuestras vidas. De hecho, nunca antes había movido sus caderas así. Y en la posición de perrito su trasero se veía redondo, levantado y custodiando la entrada a su tesoro.
Sin embargo, algo no me convencía. Estaba totalmente muda y yo quería que me dijera cosas dulces, no todas esas zorradas que a veces gritaba para excitarme. Esta era una ocasión especial.

Así que para endulzarla, decidí colocar una galleta en la entrada de su vulva y la introduje, no solo para hacer algo distinto sino porque parecía una boca deseosa y hambrienta.

Ella se quejó, pero me dijo que sentía el azúcar y su sabroso sabor, me pidió continuar. Comencé a meter una galletina tras otra hasta que me detuvo porque ya no aguantaba más.

Se puso boca arriba y vi que su cuerpo estaba cambiando, poco a poco se transformaba en una masa de harina y azúcar.

Sus pezones, su ombligo, sus labios húmedos, sus nalgas, sus pies, todo era una gran galleta. Se veía tan apetecible que comencé a morder, a comerme todo aquel cuerpo.

Ella gemía de placer, gritando cosas tan dulces como un cuento para niños. Me comí sus senos, sus deditos de los pies, sus ojos, sus manos, su panza y piernas.

Al final, solo quedaron boronas sobre las sábanas que chillaban mientras yo tenía un orgasmo que disparó un potente chorro de semen que fecundó todas las sobras para dar origen a unas galletitas especiales.

Pero eso es otra historia...