23 noviembre, 2017

Uno solo


Quería fecundarla. Quería tener hijos con ella y ser uno solo con su ser. Ella estaba sobre mi. Me impresionaba el vaivén de sus senos rodeados por una liga negra. Arriba, abajo, adentro y afuera.
Sostenía sus nalgas, también coronadas por un liguero negro. Su cara era una obra de arte, perversidad y malicia. Me perdí en esa mirada y al final terminé dentro de ella.

Ese momento fue de catarsis. Mi mente comenzó a navegar en sus entrañas. Iba comandando el inmenso ejercito de mis espermatozoides. Recorrí sus trompas de falopio, vi sus óvulos pero quise ir más allá.

Entré en su cuerpo. Vi sus neuronas, su sangre y justo allí, en ese momento, vi que cercano a mí navegaba también su amante que se había enquistado en su organismo. Me invadió la tristeza y comencé a llorar. Mis lágrimas brotaban como un océano que se convirtió en un virus. Rápidamente me replicaba en cada parte de mi mujer.

Vi cómo se iba convirtiendo en mi. Ella se estaba convirtiendo en mi. En un instante, luego de haberla infectado con mis tristeza, me vi acostado en la cama y a la vez penetrado por mi. Yo era ella, ella era yo.

La fecundé, sí, pero fue para convertirla en mi y terminar en una especie de auto-sexo que me hizo descubrir la verdad: eramos uno solo.