28 febrero, 2018

La fotógrafa

Prácticamente no la conocía, aunque siendo sincero, no la conocía para nada. No sé cómo un día me topé con sus fotos y comenzamos a intercambiar comentarios, luego números telefónicos y después simples conversas diarias.

Así estuvimos un par de semanas hasta que me atreví a invitarla a un café, realmente ella tenía algo, pero no sabía decir qué y quise descubrirlo personalmente.

Confieso que tenía temor, quise verla sin ánimos de caer en nada, solo una amistad porque ella, zanjando malentendidos, me dijo que tenía pareja.

Cara a cara era igual que en las conversaciones virtuales: sencilla, terrenal, directa y habladora. Pero yo insistía, tenía algo. Al despedirnos, la tomé de la mano y no sé por qué lo hice, pero traté de besarla. Ella respondió, nos besamos como si en eso se fuera a ir el mundo.

Después de allí no quisimos separarnos. La invité nuevamente a salir, pero esta vez huimos del mundo y nos escondimos de él. En ese rincón ella dejó de ser la fotógrafa para ser la fotografiada.

Era tímida, ocultó su cara tras del lente pero me dejó ver su cuerpo. Era tan normal que resultó ser hermosa. Desde ese día, ella se convirtió en la obra de arte y yo en su fotógrafo.