26 diciembre, 2018

Mi habitación


Fue la última vez, tenía que ser así. Nos encontramos en un lugar recóndito donde no había absolutamente nada, solo ella, yo y la naturaleza.


Primero nos vimos como si nos estuviéramos conociendo, nos medimos con la mirada y nos fuimos acercando paso a paso, era extraño estar tan cerca uno del otro después de tanto tiempo.

Alargué mi mano, ella hizo lo mismo. Al tocarla sentí una ola de electricidad que me trajo de vuelta a la realidad, su piel había sido como un desfibrilador que despertó algo que tenía oculto.

Estaba vivo, la traje contra mí y la besé. Era una sensación indescriptible poder jugar con su lengua, sentir su sabor mientras nuestros cuerpo se rozaban como tantas veces unos años atrás.

Acariciaba su espalda, su cabello, mientras sus curvas se apretaban contra mí. Me separé de ella, mis manos querían buscar esos rincones soñados.

Cerré los ojos para guiarme como un niño que descubre por primera vez un mundo nuevo. Al abrirlos, ella ya se había ido.

Estaba solo en mi habitación, rodeado por paredes blancas y una camisa de fuerza me recorría el cuerpo abrazándome fuertemente.

Allí entendí que la locura era el mejor lugar para vivir a plenitud.