20 noviembre, 2019

El bautizo


...Dicen que el agua purifica...

Finalmente estábamos juntos de nuevo. Parecíamos dos chiquillos enamorados por primera vez. Todo el pasado quedaba atrás y ahora reíamos, muchos besos, miles de abrazos, realmente era alegría lo que se respiraba entre nosotros.

De hecho entendimos que tardamos mucho en darnos cuenta de que eramos el uno para el otro. Nuestra piel ya estaba arrugada en algunos lugares, otras cosas se habían caído por el efecto de la gravedad e incluso el color de nuestros ojos cambió.

Ahora vivíamos en esa isla a la que una vez fuimos cuando todavía no teníamos demasiados años juntos y pensamos que era un pequeño paraíso.

A veces corríamos por toda la orilla de la playa chapoteando, jugando desnudos tras los árboles y muchas, demasiadas noches, nos acostamos sobre la arena a observar el cielo infinito, una manta negra agujereada por millones de puntos blancos brillantes.

En esos momentos nos poníamos al corriente. Una separación de más de 30 años significaba muchas experiencias. Podíamos pasar horas conversando, era como si las estrellas fueran las únicas que podían escuchar nuestras confesiones. Al final, todas las historias culminaban con un: ¡Pero te extrañaba tanto!

Luego de mucho hablar, al ver que el cielo se tornaba de un rojizo claro, un amarillo brillante y el sol anunciaba su llegada, la tomaba de la mano y nos sumergíamos desnudos en la playa.

Hacíamos el amor, la recorría como cuando eramos jóvenes, la besaba con pasión, con deseo, con las ganas acumuladas por décadas y así, renacíamos, purificados, bautizados y seguros de algo, que los sentimientos verdaderos son para siempre y duran una eternidad.