16 junio, 2020

Hogar


Caminar a la medianoche por una ciudad vacía puede resultar en una experiencia terrorífica pero a la vez nostálgica. 

La luz amarilla de los faroles que producen sombras tenues, tristes y apagadas a medida que vas avanzando hacia tu destino.

Los semáforos que van cambiando de colores como unos autómatas, dando indicaciones a unos automóviles que pasaron por ese mismo lugar horas atras y de ellos solo queda el recuerdo.

El sonido de tus pasos se hace más fuerte, como si a medida que caminaras fueras colocando un ladrillo para ir enterrando un pedazo de tu memoria.

Miras a una esquina, te acuerdas de la vez que justo allí tomaste un taxi para ir a la primera fiesta con un grupo de amigos. 

Pasas por el almacén ahora abandonado, ese donde muchas veces compraste el licor que borró tu mente por unas horas, ves acostado sobre el asfalto a un ser humano, perdido, ahogado en sus penas y a sus pies unas cuantas latas de cerveza. Te imaginas que ese pudiste haber sido tú si hubieras seguido los pasos del pasado.

A medida que te acercas a tu destino sientes que a tus espaldas se van apagando todas las luces, quieres mirar atrás pero no puedes, te da miedo, temor.

Piensas si mañana será diferente o todas las noches permanecerán estáticas, indiferentes, suspendidas en el tiempo. 

Al llegar a casa te acercas a la ventana y ves la ciudad iluminada, hermosa, distinta, caes en cuenta que la oscuridad la llevas en tu mente, en tu pasado y en la nostalgia que te invade al momento de colocar un pie fuera de esas cuatro paredes que llamas hogar.