18 junio, 2020

Un sueño


No lo podía describir. Sumergirme en las profundidades del mar era como volar hacia abajo.

A medida que movía mis extremidades no me importaba que el agua estuviera prácticamente congelada o que la luz se extinguiera a cada metro que avanzaba.

Extrañamente no me faltaba el aire, era como si al alcanzar cierto nivel de paz mis pulmones funcionaran mejor que en la tierra.

Me sumergí, más y más hasta que todo estuvo oscuro a mi alrededor. De repente un fino hilo de luz emergió del fondo del mar, como un dedo haciendo señales para que siguiera el camino que indicaba.

Como si fuera una cuerda, lo tomé entre mis manos y recorrí su camino. Cuando toqué la arena, fangosa y apretada por la presión de miles de litros de agua, sucedió un terremoto. Todo a mi alrededor se movía, era como si el mundo se estuviera cayendo a pedazos.

Ante mí se abrió el fondo del mar y comencé a caer, miré hacia arriba y el agua ahora era el cielo. Ambas masas azules estaban unidas como dentro de una burbuja, en una batalla infinita para intentar unirse como agua y aceite.

La velocidad de la caída era como de un meteorito a punto de chocar contra el suelo. No hubo golpes secos, ni explosión. Solo abrí mis ojos ante un nuevo día. Todo había sido un sueño.