04 agosto, 2020

La Sombra (II)


Su voz es completamente distinta, puedo asegurar que no es la misma persona. Sin embargo me parece conocida, evoco el pasado al mirarla a los ojos. Como hipnotizado, sigo sus palabras y la invito a pasar.

Entramos juntos al ascensor, huele a un perfume que no había sentido en años. Ella está en una esquina, yo en la otra. No me habla, pero sabe a dónde va porque marca el número del piso de mi departamento.

En unos segundos estamos frente a la puerta de mi casa. No puedo hablar, pero sé que está conmigo. Entramos y la luz de la ciudad se filtran por toda la ventana de la habitación, sí, aún vivo en el minúsculo espacio que me recibió al llegar al país.

Coloca música, se mueve por el pequeño departamento como si no hubiera olvidado cómo desenvolverse en él. Me ofrece una cerveza, se sienta en la mesa y me mira fijamente:

¡Cuéntame, qué es lo que quieres decirme y no te deja dormir! La miro sigo mudo. Acepto la cerveza porque seguramente el alcohol me hará hablar.

Pasan los minutos, el silencio solo se rompe por uno que otro automóvil que pasa por la calle de enfrente.

¡Entonces, ¿no me vas a decir?! Como embrujado, comencé a hablar.