31 mayo, 2010

"El Perfume" Caraqueño, crónica de los olores capitalinos

Al transitar por Caracas he logrado conocer distintas facetas de la ciudad, por un lado la capital majestuosa con un cerro Ávila, el pulmón vegetal de cada uno de los caraqueños y por el otro la suciedad que se resiste a ser eliminada, y que en algunos casos deja ciertos “aromas” en el ambiente que son dignos de describir como lo hizo Patrick Süskind en su libro El Perfume.

En mi rutina diaria me encuentro con distintos escenarios conforme voy acercándome a mi destino. Al bajar de la unidad de transporte público, comienzo los devaneos a través de Las Mercedes, una zona donde los comercios dejan una mezcla de olores en el aire. Mientras camino experimento primeramente con un cóctel de camarones fétidos, que me recuerdan al agua gris que sale de una nevera de pescadería al ser lavada y que desprende una acides bastante penetrante y pegajosa.

Continuo mi camino y se me atraviesa una pollera, y en una de sus esquinas su basurero, donde las viseras, sangre y huesos se asan bajo el sol mañanero, y se concentra una infusión que sabe a animal muerto, comida desechada y la unión de distintos condimentos que horas antes estaban sazonando un buen almuerzo.

Tras ese corto trayecto de dos cuadras, me acerco a un cruce de vías enclavado en el medio del lugar de encuentro de varios desagües, donde el aire se torna enrarecido, al parecer estoy entrando en un horno para incinerar basura. Logro atisbar entre tantas sustancias y distingo el hedor característico de las aguas negras en su peor estado de descomposición, ese momento en que el pecho se tranca y si lo sigues aspirando puedes llegar a vomitar.

Unos metros más allá, está un cuarto de basura, y si tengo suerte puedo llegar a ver una rata hurgando entre la comida podrida, mientras los olores que se cuelan debajo de la puerta me recuerdan a una gran cantidad de alimentos descomponiéndose en bolsas negras.

En otras oportunidades en este mismo sitio, está el camión recogiendo todo y de él se desprende un agua color marrón, con ese “perfume” característico a tiradero de desechos y en algunos casos, me atrevería a decir, a acumulación de fluidos corporales en un baño de estación de servicio de carretera.

Al pasar por esa travesía, mi día se torna un poco más normal, aunque a veces vuelve a sorprenderme con otros olores, para recordarme que nuestra ciudad es una fusión de variedades que la hacen una de las capitales en el mundo única en su estilo y diversidad.