01 mayo, 2011

...El destino de un trabajador venezolano...

El Gobierno venezolano asegura consecuentemente que la situación del ciudadano común ha mejorado, que tiene mejor calidad de vida apoyada por una economía prospera que le brinda la posibilidad de tener un buen empleo.


Por esa razón, esta pasada semana el diputado Aristóbulo Istúriz desmintió que el aumento de sueldo anunciado por el presidente Chávez sea un "paño de agua fría" para la creciente inflación que azota al país, de acuerdo a sus declaraciones desde 1999 el salario mínimo se ha mantenido por encima de los índices inflacionarios.

Sin embargo, Roberto no está de acuerdo. Él es un venezolano como muchos otros que desde hace 12 años ha visto cambiar su vida laboral de manera radical. 
En 1998 laboraba como coordinador de publicaciones literarias en la editorial "Vadell Hermanos". Al parecer su carrera en el mundo de los libros tenía buen augurio, y más, con la llegada al poder de Hugo Chávez, un presidente con visos socialistas que combinaban con los ideales del dueño de la casa editorial.

Cuatro años después la situación no era la esperada, Roberto cada día recibía menos solicitudes de publicación porque al parecer el Gobierno no tenía intenciones de invertir en cultura y mucho menos en libros que no fueran estrictamente apegados a las doctrinas "semi-socialistas del siglo XXI".

La vida en "Vadell Hermanos" era precaria, apenas podían mantenerse reeditando viejos éxitos, mientras que en algunas oportunidades colaboraban con personeros del Gobierno para publicar alguno que otro folleto alusivo a la Revolución. 
Roberto, al ver que su calidad laboral mermaba comenzó a buscar trabajo en el área, y a pesar que el país no estaba prosperando logró conseguir un cargo similar al que tenía pero esta vez en la editorial Panapo.

Cambiar de oficina, de trabajo y de situación le dieron un nuevo aire para seguir haciendo lo que más le gustaba; coordinar publicaciones de libros. En la nueva editorial se estaban publicando textos escolares, unos que otros cuentos y, siempre, apoyados por el ministerio de Educación que tenía convenios con ellos. Así que tres años después de haber entrado allí, Roberto viajaba al exterior para empaparse más del mundo editorial en el mundo y todo parecía ir, como dicen en la jerga coloquial, viento en popa. 

Pero la situación en Panapo al parecer había sido una crónica de una muerte anunciada, muchos éxitos previos a un cierre inevitable. Después de tanto publicar y editar, decidieron solo reeditar libros y la historia se repetía para Roberto. Al final, la editorial decidió cerrar sus puertas y él quedó en la calle, con una familia a la que responder con un salario para atender sus necesidades.

Hoy en día Roberto, luego de cinco meses sin empleo, está trabajando de cafetero en una panadería cercana a su casa. Atiende a los comensales, sirve café, conversa con algunos clientes y así pasa su día. Al preguntarle por qué trabajaba allí, solo pudo decirme que la necesidad fue muy superior a cualquier cosa y que la realidad del país lo obligó a aceptar lo primera oportunidad que se le presentó.

Cada día al terminar de trabajar, Roberto se va a su casa pensando en que ya engrosa la lista de venezolanos que escogieron un trabajo no por gusto sino por la necesidad de subsistir a una realidad que cada día se hace más dura. Su único consuelo es al llegar a su hogar, donde puede leer y soñar que alguna vez volverá a hacer lo que tanto le gustaba.


*Relato basado en una historia real venezolana*