Después de morir logré despertar. Sentí que todos los
pesares de mi vida anterior se habían esfumado. Mi cuerpo ya no estaba conmigo y
sin embargo lograba conservar los recuerdos. Caminaba a través de una playa muy
parecida al lugar donde fui feliz hace mucho tiempo. Luego esa playa se
convirtió en un pasillo largo con una vieja puerta que guardaba mi destino
final.
Lentamente giré la vieja cerradura y entré a un apartamento
que rápidamente me resultó conocido. Una amplia sala, un balcón espacioso con
una jaula donde estaban las mascotas de mi hermana, la cocina donde de niño
aprendí a lavar platos y aquellos muebles que me sirvieron de escondite muchas
veces.
Miré alrededor y caí en cuenta en lo que decían, al morir
regresas al lugar donde fuiste realmente feliz. Allí estaban sentados a la mesa
los que me estaban esperando desde hace mucho tiempo. Mi abuelo con su bastón a
un lado, mientras leía periódico y escamoteaba un plato de comida que mi abuela
le había servido. Mi padre estaba limpiándose los lentes cuando se dio cuenta
que yo había llegado y le hizo una seña a mis abuelos.
Los tres fueron lentamente hacia mí y me abrazaron. Me
condujeron a la mesa y allí comimos en familia. Conversamos acerca de todo lo
que había ocurrido mientras estaban ausentes y nos quedamos así, hablando y
esperando; ellos por sus seres queridos y yo por alguien que sabía que tal vez
nunca cruzaría esa puerta.