Siempre he pensado que las mujeres son el motor del
universo, sin ellas los hombres fuéramos prácticamente inútiles en muchos
sentidos y estaríamos totalmente solos en este planeta azul, sin ir tan lejos,
ya nos habríamos extinguido.
Las mujeres tienen belleza, temple, un sexto sentido que
parece el procesador de una máquina, su tolerancia al dolor es única - sí, tan
solo la capacidad para soportar dar a luz, es algo de otro mundo - y son increíblemente
inteligentes para saber aprovechar esos lugares del cerebro que para nosotros
los hombres a veces permanecen inexplorados.
He pensado mucho sobre esto en los últimos días luego de ver
a Deyna Castellanos, la futbolista venezolana que ha
puesto de cabeza a más de un equipo en el Mundial de Fútbol Femenino Sub-17.
Al ver su estrategia de juego, su ritmo arrollador y como revienta las redes
del contrario, debo admitir que Deyna es un claro ejemplo de que en algunas
oportunidades los hombres somos unos inservibles.
Demás está decir que esta dama ha puesto en tela de juicio
lo que hace la Vinotinto masculina, un equipo que, aunque muchos no quieran
admitirlo, tiene que volver a nacer completamente para poder llegar algún día a
jugar como lo hace la estrella del equipo femenino.
No quiero ahondar en temas deportivos, porque no soy
especialista en ello. Solo debo afirmar, como escribí hace muchos años, que todos
los hombres tienen una mujer interna.
Y hoy, más que nunca, muchos de los
que nos consideramos machos – me incluyo – deberíamos tomar el ejemplo de Deyna
y desear tener al menos un poquito de esa gran mujer venezolana, porque con esa
energía y esas ganas muchas cosas podrían cambiar por estas tierras.