07 diciembre, 2017

Las hormigas


Como el último de la prole Buendía, fui consumido por hormigas carniceras. La experiencia fue traumática, ver cómo esos insectos infernales iban desmembrando todo poco a poco.
Picaron poco a poco mi piel, entraron por mi nariz, mi boca, la cavidad ocular y llegaron hasta el cerebro. Allí se dieron gusto. Lentamente hicieron un desguace cerebral. Ese batallón, perfectamente sincronizado e incansable, comenzó a salir como entró en mi cuerpo.

Cargaban pequeños pedacitos de carne, me parecía ver en cada microparte de mi órgano pensante la imagen del recuerdo que allí había estado guardado por años. Una hormiga salía por mi nariz con el pedazo de cerebro donde atesoraba las fotos de una amante, otra salía por mi boca con pedazos de los recuerdos de mi familia.

Un sexteto de los insectos, al parecer apurados y coordinados perfectamente para no dejar caer un gran pedazo, llevaban en su lomo toda mi personalidad. Mi cerebro se estaba extinguiendo, las hormigas lo destruyeron y me dejaron en estado vegetal.

Al final no quedo nada, solo una pequeña sombra de sangre entintada donde alguna vez había estado.