25 febrero, 2018

El Che Guevara


Como sucedía en muchos encuentros familiares, todos estábamos sentados a su alrededor. Era el patriarca que dirigía a su familia  con mano firme pero bondadosa y también, trataba de ayudar a los hijos de su hermano, el que murió demasiado joven para ser verdad.

Durante esa sobre mesa luego de un suculento almuerzo, lo único que se escuchaba era su risa, su voz firme de señor patriarcal, mientras sus manos se movían en el aire gesticulando para darle fuerza a sus palabras.

Nos estaba contando parte de la historia familiar, un pedazo de vida que navegaba entre momentos de guerrilla, estudios de medicina, divorcios, torturas por la dictadura, muerte pero sobre todo, mucha risa y unión.

Cuando estaba recordando aquellos días en que mi abuela ayudaba a los guerrilleros que se organizaban contra el gobierno, nos dijo algo que nunca voy a olvidar: Mi abuela había conocido y dado alojo al mayor icono de la rebeldía izquierdista mundial, ese que acompañó a Fidel Castro durante la Revolución Cubana y que hoy está en camisetas, chapas, pancartas y en grafitis callejeros: El Che Guevara.

Nunca pude ahondar más en el tema. Mi tío, el patriarca, solo nos comentó que mi abuela se lo había dicho una vez, como una especie de confesión de una travesura realizada.

El Che Guevara, cuando estaba haciendo su recorrido por Latinoamérica se había sentado en la mesa donde mi abuela le sirvió comida y lo atendió como a todos los demás.

No sé si sea verdad, pero mi tío me lo hizo creer que muchas cosas que jamás querré olvidar para contarla a todos los que quieran saber de mis raíces.