28 abril, 2018

La gabardina


Sus pasos hacían eco por todo el callejón guiándome a unos cuantos metros tras ella. La oscuridad cerrada no me permitía detallar su figura, pero sabía muy bien cómo iba vestida y a donde se dirigía.

Luego de unos cinco minutos de recorrido, el farol de un portal la iluminó. Pude verla mientras tocaba el timbre, una gabardina negra, tacones de aguja y como siempre, sus labios perfectamente pintados de rojo.

Apenas le abrieron desde un departamento, ella pasó sigilosa y aproveché para colarme dentro sin que lo notara. Era un edificio viejo, arropado por la penumbra y unas escaleras estrechas que recorrió decidida. Primer piso, segundo piso, tercer piso.

Se detuvo en la habitación 302. Agazapado desde la escalera escuché que le pedían "un requisito" para poder entrar a la estancia. Miró a la izquierda, miró a la derecha y rápidamente dejó caer la gabardina.

La pequeña luz que se filtró desde la habitación me permitió ver un espectáculo: solo llevaba una panty negra que se perdía entre sus nalgas y el frío aparentementemente hacía mella en sus senos con puntas completamente endurecidas.

Entró y la puerta se cerró de un golpe. Aceleré el paso y tomé la gabardina. Ahora en unas cuantas horas, cuando me llamara para que la buscara en su reunión de trabajo, se llevaría una sorpresa.