Alargó su mano y estrechó la mía, me dio una palmada suave y allí toda la magia se acabó.
Yo era el anciano sentado en la mecedora, esperando a que mi alma y todos mis deseos incumplidos retornaran a ese pueblo desierto para poder morir en paz.
Cuando mi espíritu retornó a mi cuerpo pude sentir una alegría indescriptible, todo lo que había soñado estaba allí.