11 mayo, 2018

El pueblo desierto (II)


El anciano me veía fijamente, no tenía ningún gesto en su cara. Simplemente estaba esperando.

Alargó su mano y estrechó la mía, me dio una palmada suave y allí toda la magia se acabó. 

Yo era el anciano sentado en la mecedora, esperando a que mi alma y todos mis deseos incumplidos retornaran a ese pueblo desierto para poder morir en paz. 

Cuando mi espíritu retornó a mi cuerpo pude sentir una alegría indescriptible, todo lo que había soñado estaba allí.