22 noviembre, 2018

El Paraíso


Confieso que la primera vez que te conocí me aturdías un poco, eras como acelerada, revoltosa, fiestera, todo lo contrario a mí.
Luego con el pasar de tiempo me di cuenta que no eramos tan distintos, te gustaba la escritura, el teatro, el periodismo, la lectura y el romanticismo, eras como una princesa de cuento de hadas escondida bajo un caparazón de piedra y peligro.

Cuando conocí tu personalidad oculta comencé a interesarme más en todo ello y en tus ojos, en tu boca, en tu cuerpo. 

Me quedé prendado de tu papel de niña cuando te vi con un vestido sencillo y zapatillas como para andar en casa, esa vez me pareciste una muñequita sumamente tierna a la que provocaba abrazar, llenar de besos y caricias.

Allí supe que necesitaba conocerte más, no solo tu capa externa si no también a esa mujer soñadora, cariñosa y buscadora de amor. Podía ahogarme en tus ojos, dejarme llevar por los susurros de tu voz y esconderme del mundo junto a ti.

Quería ocultarte de todo lo que nos rodeaba para acariciar tu cabello, tu piel, tu boca y decirte que te quería, que te quería porque encendías pasión pero también ternura, deseo pero también timidez, peligro pero también seguridad, picardía pero también inocencia. 

Toda tú eras el yin y el yang, una combinación perfecta de energías exponenciales que aún hoy me parece un misterio y un cúmulo de preguntas. No niego que quería tenerte de todas las formas posibles, fundirme en tu cuerpo para sentir el amor que se esconde bajo tu piel.

Y sí, creo que esa es la respuesta. Debíamos tener un encuentro fortuito lleno de explosiones para poder quitarte las capas que te cubren y descubrir el paraíso que vive en cada uno de tus poros y corazón.