30 septiembre, 2013

...En busca del placer...

Mis manos apretaban sus senos, pellizcaban sus pezones mientras con mis caderas arremetía en la infinidad de su ser. Ella buscaba con avidez mi boca, la cama sonaba al ritmo de nuestras cinturas que se enlazaban como nuestras lenguas. Pude ver en sus ojos que todo estaba a punto de acabar, su corazón pareció estallar y su humedad inundó nuestra intimidad. 

Nuevamente, como muchas noches anteriores hice que llegáramos al clímax pero para mi, era una simple masturbación dentro de un pedazo de carne. Quería más placer, mayor satisfacción, mi cuerpo aún temblaba esperando por más y mis músculos aún estaban tensos cuando ella comenzaba a entrecerrar los ojos, iba a dormirse y esta vez para siempre. 

Hambriento de emociones puse mis manos en su cuello, 1...2...3, hasta que su traquea se quebró como el hueso de un animal recién nacido. Al menos la maté rodeada de placer mientras yo buscaba el mío. Un filo de luz iluminaba su cuerpo aún rosado por la sangre que comenzaba a detener su ritmo. En mi mesita de noche; el cuchillo. Tomé sus muñecas, las abrí y esperé unos minutos para vaciar por completo aquella humanidad; una extraña contradicción: minutos antes lo llené con mis fluidos y ahora lo estaba vaciando. 

Estaba pálido, terso con una belleza virginal. Primero abrí sus parpados, buscando una luz que ya no existía. Dedicado como un artista a su obra, con el filo del cuchillo pude sacar cada uno de sus ojos. Los besé, los mordí y me llenaron el gusto de un sabor único, un sabor a ella. 
Así continúe, su cuerpo separado en dos con un corte vertical que me dejó verla por dentro. Su corazón; la fuente de su amor; sus pulmones, su estómago. Mis músculos temblaban, mi boca buscaba su cuerpo. Toda la madrugada estuve haciéndole el amor a mi manera. Al levantarse el sol, quedé satisfecho.
En la cama, ya no quedaba nada. Consumé mi búsqueda de placer.  

26 septiembre, 2013

...Al Dormir...



Verte dormir es paz. Tranquilidad. Amor. Ternura. Liberación. Es volar. Imaginar. Soñar con cosas buenas. Posibles. Seguras. Dejo vagar mis ojos. Mis manos. Mi mente. Toco tu cuerpo. Tu cabello. Tu cuello. Comienzo a hablarte. Te amo. Te quiero. ¿Me escuchas? Estás soñando. Sonríes. Das vueltas en la cama. Tu panza se mueve. Respiras. Sonríes, de nuevo. Te quiero. Te amo. Te veo. Al dormir.

04 septiembre, 2013

...¡Buenas noches, amor!...



En el sótano de mi casa guardaba un secreto. Tras esa puerta oscura se ocultaba un pequeño espacio donde solo se amontonaba una mesita, un tubo roto que dejaba caer unas cuantas gotas de agua, una ventana tapada por varias tablas y mi accesorio favorito: la estructura metálica de un catre pegado contra una pared, allí la tenía amarrada. 

La mujer de mis sueños, a la que amé pero que muchas veces se negó a quererme, estaba desnuda frente a mi. Sus muñecas y tobillos ya estaban marcados por las cuerdas que la sujetaban desde hace una semana, la alimentaba poco, sus senos habían perdido tersura y sus costillas la marcaban como a un niño famélico del África. Sus labios resecos solo pronunciaban una palabra, día tras día: Liberame. 

No entendía que de esa forma, me estaba brindando el placer que tanto me negó. En las noches, antes de dormir, cuando mi cuerpo pedía acción y se negaba a irse a la cama, bajaba al sótano totalmente desnudo. Llevaba en mi mano unas pequeñas correas, un bisturí, falos de distintos tamaños y algunos cables de corriente. Disponía todo perfectamente sobre la mesa, conectaba la energía, cerraba la pequeña puerta y apagaba la luz: ¡Buenas noches amor!. 

A pesar de la oscuridad podía ver el filo reluciente del bisturí a cada movimiento, escuchaba como la electricidad hacía temblar ese cuerpo con el que soñaba. Cada grito me llevaba cercano al orgasmo, una emoción que solo llegaba cuando ella se desmayaba. Media hora después, en el baño podía ver como el agua lavaba esa dulce sangre que cubría todo mi cuerpo y que en algunos momentos se ligaba con mis fluidos sexuales. 

Era inevitable auto satisfacerme lubricándome con su sangre, oyendo en mi cabeza esos gemidos que seguramente eran de dolor pero para mi eran sinónimo de placer, ella lo era todo.

A la mañana siguiente, con una pequeña bombilla limpiaba sus heridas, tomaba gotas de agua y mojaba sus labios, trataba de abrirle sus ojos pero la hinchazón no la dejaba. Solo caían lágrimas que al final, también caían de mis parpados, la amaba y no podía verla así. La alimentaba, la curaba (...), prometía darle todo para que se quedara conmigo y me regalara nuevamente placer, ¡Gracias por estar junto a mi, amor!