31 julio, 2023

Donde come uno, comen dos

"Menudo, juguetón, inteligente, simpático, bien portado, independiente", esas y algunas otras eran las virtudes que había cultivado Tommy a lo largo de su vida, siendo un gatito jovial y que de a poco había entendido que llevarse bien con otros gatos, en especial con Califernando, era una parte de vital importancia para vivir junto a su mamá.

Como le pasa a todo ser viviente, a medida que crecía también descubría características de si mismo que lo hacían único. Hubo una en especial que conoció una noche en que estaba solo, su mamá se había ido a visitar a Califernando y a él, como siempre le ocurría en soledad, la pancita le estaba sonando más de lo habitual: tenía hambre.

Estaba desesperado, para olvidar un poco el sonido de su pancita se puso a jugar con su pelota roja, corría de acá para allá, la atajaba como si fuera un portero en pleno mundial de fútbol, la lanzaba a la cama, al baño, pero aún el murmullo de su panza lo distraía. Llegó un momento en que no podía más, necesitaba comer.

Se precipitó tan rápido hacia el plato que le pareció que su cuerpo se separaba de su pelo, tal cual como en los dibujos animados, se había duplicado en dos Tommys. Mientras el resto de su humanidad gatuna jugaba con la pelota roja, su almita comenzaba a comer como desesperada en su plato verde.

Después de ese día nada iba a ser lo mismo y como el gatito curioso que era, quería dominar esa nueva virtud. Cuando quería duplicarse, corría muchísimo y lograba dejar en un lugar su cuerpo y al otro iba su almita gatuna. Así podía estar durmiendo con su mamá en la madrugada y su almita gatuna, tumbando la escalera que estaba en la sala. O en navidades, corriendo detrás de la pelota roja y al mismo tiempo, tumbando el arbolito de navidad. Y claro, lo más importante, cuando lo dejaban solo por más de dos días, corría muy rápido al plato y terminaba comiendo por dos, esa, sin duda alguna, era la mayor ventaja.

Al final descubrió lo bueno de conocerse a si mismo y entendió ese refrán que dicen los humanos: donde come uno, comen dos, y pronto, cuando le enseñara la técnica a Califernando, arrasarían con toda la comida que sus papás le iban a dejar en el comedor.

04 julio, 2023

Un mundo inmenso

Me imagino que todos pasamos por esos momentos de la infancia en los que la tv y las películas alimentaban nuestras fantasías al insistir en que el mundo era infinito, gigante y lleno de lugares increíbles por conocer.

Sin embargo, a medida que te vas haciendo viejo te das cuenta de que ese universo que te describieron en la escuela durante las clases de geografía, no es tan gigantesco como parece y que aunque tiene miles de planetas, soles y estrellas, su espacio y tamaño solo depende de tu mentalidad, tu poder adquisitivo y lo que vayas aprendiendo cada día.

Después de muchos años te miras al espejo, observas a tu alrededor y caes en la cruda verdad de que tu espacio sideral es finito, por haber perdido la imaginación e inocencia del niño que fuiste o por los típicos problemas de la adultez.

Por eso te intentas refugiar en pasatiempos y momentos de ocio como la música, la escritura, la fotografía, el dibujo y también en detalles que pasan a ser el pilar de tu vida diaria: una mascota por ejemplo, que para algunos es la señal inequívoca de que estás pisando la vejez y para otros, una muestra clara de que aún puedes dar amor.

En mi caso, Califernando, mi gato, es ese hijo que nunca tendré y en el que me puedo refugiar para aportarle algo a la sociedad. Juego con él, le invento canciones, le corto las uñas, le cambio la arena, le pongo comida apenas no ha terminado de pronuncia su característico MIAU, le doy agua del vaso que siempre está frío en la nevera, guardo unos pedacitos de jamón para que coma si es que el almuerzo no tiene proteína y muchas cosas más.

Al leer el párrafo anterior cualquiera podría pensar que soy su esclavo y aunque esa afirmación no dista de la realidad, él también me regala momentos que me devuelven la misma sonrisa que tenía cuando de niño imaginaba mundos y planetas inexplorados.

En las noches cuando lo cargo en brazos para ir a la cama a dormir, a veces paso cerca de la ventana y ambos nos quedamos absortos viendo las luces de todo lo que se mueve en la avenida. 

Allí, justo en ese momento sucede el milagro y ambos nos convertimos en niños: él mueve sus ojos y cabeza de lado a lado, persiguiendo fijamente a los autos y peatones, mientras yo me pregunto qué pensará e imaginará Califernando y caigo en cuenta maravillado por ese espectáculo de verlo disfrutar, de que ambos somos ese niño que solo se divertía al mirar la televisión mientras imaginaba a un mundo ajeno a él dar vueltas infinitas e imparables.