Solo allí, en ese mundo que se disipaba al momento de abrir sus ojos, se dejaba llevar para sentir cosas nuevas. En ese universo conoció a un chico que era un misterio, algo juguetón y que no obedecía a reglas. En uno de esos encuentros furtivos mientras dormía, ese amigo la tomó de la mano y la invitó a flanquear una puerta completamente blanca, sin detalles y sin cerradura.
Como extrañamente sabía que era un sueño, caminó hacia ella. Al atravesarla, mágicamente quedó flotando en un espacio de nubes, colores, planetas orbitando a su alrededor y sin esperarlo, estaba como Dios la trajo al mundo, completamente desnuda.
Su piel brillaba como las estrellas en la noche. La punta de sus senos estaba erizado, su ombligo albergaba una galaxia y entre sus piernas, brillaba un sol. Ahora lo entendía todo, ella era el Universo entero. Tras unos minutos de tratar de entender lo que estaba pasando, vio que su amigo se acercaba a ella, también desnudo.
Como un Big Bang chocaron entre sí. En medio de una explosión atómica, sus cuerpo se transformaron en pequeñas partículas que comenzaron una danza de caricias, besos y a reproducirse unas con otras, formando un nueva galaxia que a medida que se expandía, generaba un ruido sordo, como un gemido infinito.
Al abrir los ojos. Se encontró en su cama, sudada, con el corazón palpitando rápidamente y entre sus dedos, la prueba cremosa y blanquecina de que efectivamente, su amigo que a veces le parecía regañón y poco amistoso, había ido a sus sueños a hacerle el amor.