Hacía falta la música de la guitarra, el sonido del televisor, a veces el traqueteo único del plástico de las bolsas de golosinas que lo despertaban, todos esos detalles formaban parte de su vida diaria, y cuando su papá se iba, nada de eso lo acompañaba.
Pero también le gustaba la soledad, quedarse bajo la manta, escuchar el ruido de la calle, a veces ver por la ventana y maravillarse por el mundo gigantesco que nunca se había atrevido a explorar.
Podría visitarlo alguna vez, se preguntó. Esperaba que sí, que su papá lo tomara en brazos y lo llevara a conocer la playa, la selva, la piscina, todos esos lugares que no eran para él pero que junto al ser humano que más lo quería, podían convertirse en el paraíso.