29 agosto, 2017

Caja de recuerdos


El solo hecho de pensar que podía tenerla a escasos centímetros de mí, simplemente me aterrorizaba. 


Llevaba años viéndola en fotos, soñando con tomarme un café junto a ella e imaginando cada uno de sus lunares que, como estrellas en el firmamento, se marcaban sobre su perfecta piel blanca.

Aunque sabía que la única vez que cruzamos palabras, no habría cambiado en nada nuestros destinos, siempre me arrepentía de no haberla invitado a salir.

Su manera de ser, los años de más que me llevaba y su cuerpo, me hacían acobardar como un payaso a un niño de cinco años.

Ahora tenía otra oportunidad, un momento fugaz para materializarla en carne y hueso para detallarla, observarla y disfrutarla como a una obra de arte expuesta en una galería: tocándola con los ojos, mirándola con las manos y guardando cada uno de sus atributos en mi caja de recuerdos.