13 junio, 2022

La chica de intercambio

Él era un niño muy peculiar, casi siempre se mantenía callado cuando tenía muchas personas a su alrededor y se limitaba a observar lo que los demás hacían. Así era en toda ocasión: con su familia, en el colegio, en las prácticas de deporte, tal vez por eso casi nunca establecía amistad con nadie.

En clases se sentaba de último, así podía tener mayor visión de todo y fijarse en cada detalle. Allí comienza esta historia, durante esas exploraciones visuales. A medio año escolar, llegó a su salón una niña de intercambio, de piel muy oscura, cabello ondulado y ojos claros, una combinación de colores que nunca había visto en su vida y que lo dejó pensando. 

Pasaron los días y él no podía dejar de observarla. Así, sin hablarle, conoció que tenía un par de lunares en su cuello, que su cabello se ondulaba más durante los días lluviosos, que sus ojos se hacían más claros con la luz del sol y que cuando los profesores hablaban, ella tomaba su cuaderno para escribir, escribir sin parar. 

Él no entendía el significado de enamorarse, de hecho era muy joven para saber lo que era sentirse atraído por alguien pero esa niña lo llamaba como a un cordero cuando va detrás del olor de su madre en plena selva. 

Tanto la observó que en su mente la convirtió en una obra de arte, en una hermosa figura que vio la luz cuando en Historia Universal le pidieron a todos que dibujaran a la Venus de Willendorf. La pieza era perfecta: curvas por doquier, feminidad en detalle, texturas, pero él hizo su propia versión.

Al dibujo de la pequeña estatua le colocó cabello ondulado, ojos claros, un par de lunares, era el vivo retrato de la chica de intercambio. Todos, absolutamente todos en el salón no aguantaban la risa por esa creación, aunque a la profesora le encantó su creatividad y le puso la nota máxima. Para él fue una sensación extraña, primero de pena y luego de orgullo. Había sido su mejor creación hasta el momento y gracias a esa chica. 

Al otro día cuando llegó al salón encontró dibujado en la pizarra un corazón, con tiza de color rojo y un pequeño mensaje que decía: "Me gustó mucho mi retrato como la Venus". Al mediodía, mientras hacía la fila en la cantina sintió que le tocaban el hombro, era la niña que lo veía directamente con sus ojos claros y le tendía un papelito que decía: ¿Podemos ser amigos?

Ese día descubrió que por algunos problemas de su pasado ella no hablaba y que por eso, como él, tan solo se dedicaba a observar y ocultarse tímidamente entre el océano de personas que era el salón de clases.

Al final de año ella tuvo que mudarse nuevamente de país, pero se siguieron escribiendo por años y la niña le enseñó lo más importante de la vida: lo que era el amor, la amistad, el poder de la creatividad y la empatía para entender a los demás.