10 mayo, 2019

El verdadero placer

Spencer Tunick en México

Sentía cada centímetro de su interior. Se movía al ritmo de sus gemidos. Yo solo la observaba, pensando en niños destrozados para evitar soltar mi semilla milagrosa. Pero era imposible, su danza era particularmente imposible de seguir tolerando.

Frente a mí esperaba la explosión. No pude evitarlo, lo que la mayoría de las veces iba a parar a la baldosa de la ducha, esta vez fue directo a sus senos. El cansancio de haber culminado me venció, me dormí.

Los gritos me despertaron. No entendía qué pasaba, solo sé que mi líquido creador de vida había reaccionado extrañamente, estaba derritiendo el cuerpo de mi amante. Podía ver como ya tenía huecos alrededor de sus pezones, su vientre, sus manos, era un canibalismo sexual.

Las gotas de mi semen iban creciendo en tamaño a medida que el cuerpo de ella desaparecía. Mis espermatozoides se alimentaban de su piel. No pasó ni media hora cuando mi mujer desapareció, entre gritos de ayuda, sangre, fluidos y mi mirada mezclada entre terror y fascinación ante ese acto de creación.

Miré y allí estaban, cada espermatozoide se había convertido en mi amante. Eran millones de ella. Todas con cara de perversión, de deseo, de ganas. Se abalanzaron sobre mi cuerpo. Comenzaba el verdadero placer.