28 junio, 2022

El viaje

En el colegio le enseñaron desde muy niño que la tierra era redonda. Abultada a los lados y achatada en los polos, incluso siempre usaba ese chiste para referirse a su físico: era bajito, chaparrito de cabeza chata y con las típicas lonjas a los lados de la barriga. 

A medida que iba creciendo y llegaba la adolescencia, comenzó a cuestionarse todo: ¿Por qué había que creerle a los libros de historia?, ¿Cuál era la verdadera razón del viaje a la luna, de hecho había sido cierto?, ¿Quién había sido realmente el supuesto libertador de América?

Mientras más libros y contenido leía, más se cuestionaba su entorno. Era considerado la oveja negra de su familia, precisamente porque tenía ideas fuera de lo común y poco se preocupaba por su imagen: cabello largo, barba sin recortar, lentes de montura negra como los que usaban en los 70 y bragas que parecían salidas de un taller de autos. 

Esa imagen y esas ideas lo llevaron a convertirse en biólogo marino, quería explorar el mundo para entender si todas esas preguntas que tenía desde niño podían aclararse y no quedarse atado a una profesión de escritorio. Visitó el océano pacífico, el índico, el polo sur, el polo norte, el mar negro y volvió a sus raíces cuando viajó al Mar Caribe.

Le maravillaba el color aguamarina, ese turquesa que cambiaba de tonalidad dependiendo de la luz del sol y la hora del día, las arenas blancas que encandilaban si mirabas fijamente y la riqueza de la fauna. Y allí, también en el Caribe había un lugar famoso que le hizo recordar sus preguntas sobre la redondez de la tierra, y si realmente el planeta era como una rosca, un gran disco con un agujero en el centro.

Para comprobarlo se unió a una expedición que iba al gran agujero azul en Belice, uno que en su opinión, era uno de los mayores misterios naturales de la tierra. Quería sumergirse, sentir la presión del agua y descubrir qué había en el fondo de ese gigantesco círculo o si simplemente era un portal para atravesar el planeta de polo a polo. 

Como Jacques Cousteau se sumergió dentro de un submarino. A medida que bajaba, la luz desaparecía, su mundo iba cambiando y a su alrededor aparecían nuevos animales, nuevas plantas, era como explorar el espacio exterior. No se veía el final, todo era silencio y en ese momento entendió, que los seres humanos eran ínfimos en este mundo y que realmente, nada podía ser cierto o falso, solamente había que experimentar, buscar y probar. 

22 junio, 2022

El pequeño gran panterito

En los primeros días de su vida se sentía como un gato normal, aunque a veces lo miraran de forma extraña por ser completamente negro y por sus ojos amarillos que en la oscuridad parecían dos faroles iluminados.

De hecho estaba resignado en que su vida iba a transcurrir en una rutina de tres pasos: comer, dormir, volver a comer. Pero cuando ya estaba a punto de cumplir su primer mes, una chica menudita, apenas al verlo, se quedó impresionada por su belleza y lo adoptó.

Allí todo cambió. Aprendió a correr, saltar, tumbar matas, incluso a agarrar pelotas para moverlas de aquí para allá. Poco a poco iba adaptando todo ese hogar desconocido a una gran selva donde era el rey. 

Sin embargo, seguía sin sentirse único y necesitaba aprender algo impresionante, que sorprendiera a su mamá adoptiva. Una vez, cuando estaba solo durante un fin de semana, caminó por encima de un aparato con botones e inmediatamente se encendió una caja, esa donde a veces miraban a varios hombres correr detrás de una pelota. 

Pero solo pudo ver a una gran figura, negra como él, de patas gigantes y ojos amarillos caminando por la selva, haciendo un rugido que hizo temblar toda la casa. Se quedó impresionado, quería rugir así, abrió la boca y apenas salió un maullido.

Quería intentarlo otra vez. Volvió a abrir la boca y nada, solo un maullido pequeño. Se entristeció un poco, pensó que no era especial. Sin embargo, planeó todo para volver a practicar cuando estuviera solo. Así pasaron unos dos meses, cada fin de semana cuando no había nadie en casa, veía al gigantesco animal negro y mientras rugía, él maullaba.

Una noche, mientras dormía soñando con una luz roja que lo perseguía, un grito lo despertó. Era su mamá que había descubierto un ratón en la cocina y lo intentaba matar con el cepillo de barrer. 

Entre despierto y dormido fue a averiguar, quería defender a su madre, necesitaba ser valiente al menos una vez. Así que miró al ratón, miró a su mamá y pensó en el animal negro de la pantalla; abrió la boca y un gran rugido hizo que el ratón huyera despavorido.

No había imaginado que podía lograrlo, pero por su mamá lo había hecho y ahora ella estaba llena de alegría. Lo abrazó, le dio un beso y desde ese día lo llamó: El pequeño gran panterito.

16 junio, 2022

Un nuevo mundo

¿Qué es un incordio?, preguntó el niño a gritos desde la mesa de centro de la sala. Allí, como todos los días en la tarde, se sentaba a hacer las tareas que le mandaban desde la escuela. 

El papá, rápidamente y como lo hizo el autor de este escrito, buscó en Google el significado de la palabra y en su mente elaboró el mejor ejemplo que se le ocurrió para que el chico de la casa lo pudiera entender. 

- A ver, un incordio es cuando tu mamá te dice cuatro veces en la mañana que tienes que cepillarte los dientes y luego, te pide que le muestres la boca a ver si lo hiciste bien -, le dijo el papá un poco temeroso de que no lo fuera a entender. 

- Un incordio es una molestia, insistencia, es como cuando tienes ganas de ir al baño y no puedes, ese dolor es un incordio para la panza -, dijo entre carcajadas. 

El niño sonriendo le agradeció a su papá y rápidamente lo anotó en su cuaderno de notas. 

Muchas décadas después, el abuelo estaba rodeado por sus nietos que le preguntaban por las más variopintas anécdotas de su vida. Él les contaba de aquellos años de su época musical, en las que una guitarra y un ukelele no salían de sus manos, produciendo notas y melodías al ser acariciados tan delicadamente como el cuerpo de una mujer. 

Mientras rememoraba todo aquello, no pudo evitar sentir nuevamente la nostalgia de ser joven, de vivir el día a día sin motivo alguno, sin preocupaciones y lleno de sueños, muchos de los que se convirtieron en el combustible que incendiaron su vida de una manera salvaje, incontrolable pero gratificante, guiándolo justo a ese momento de una tarde en la que sus nietos le buscaban conversación sobre su pasado. 

El más chico de ellos era el más curioso, hurgaba en toda la casa y se acercó al regazo de su abuelo con un cuaderno amarillento, arrugado y muy sucio en su tapa. Él anciano lo abrió y casi al final, con la letra de cuando era un niño, pudo leer el significado textual de lo que le había dicho su papá sobre el incordio. 

No pudo evitar sentir una ola de pesar, de necesidad de volver a aquel día en que su papá se reía de lo más alegre por su creatividad y él feliz, lo veía orgulloso por tener a un padre tan inteligente. 

El abuelo abrazó a sus nietos, le dio un beso a cada uno y les dijo que necesitaba descansar. En su cama, rodeado por al menos 20 fotos de su familia y momentos de su vida, cerró los ojos y despertó en una pradera infinita, soleada, de un cielo azul profundo y a su lado, estaba su papá con la misma sonrisa de esa tarde, dándole la bienvenida a ese nuevo mundo.

13 junio, 2022

La chica de intercambio

Él era un niño muy peculiar, casi siempre se mantenía callado cuando tenía muchas personas a su alrededor y se limitaba a observar lo que los demás hacían. Así era en toda ocasión: con su familia, en el colegio, en las prácticas de deporte, tal vez por eso casi nunca establecía amistad con nadie.

En clases se sentaba de último, así podía tener mayor visión de todo y fijarse en cada detalle. Allí comienza esta historia, durante esas exploraciones visuales. A medio año escolar, llegó a su salón una niña de intercambio, de piel muy oscura, cabello ondulado y ojos claros, una combinación de colores que nunca había visto en su vida y que lo dejó pensando. 

Pasaron los días y él no podía dejar de observarla. Así, sin hablarle, conoció que tenía un par de lunares en su cuello, que su cabello se ondulaba más durante los días lluviosos, que sus ojos se hacían más claros con la luz del sol y que cuando los profesores hablaban, ella tomaba su cuaderno para escribir, escribir sin parar. 

Él no entendía el significado de enamorarse, de hecho era muy joven para saber lo que era sentirse atraído por alguien pero esa niña lo llamaba como a un cordero cuando va detrás del olor de su madre en plena selva. 

Tanto la observó que en su mente la convirtió en una obra de arte, en una hermosa figura que vio la luz cuando en Historia Universal le pidieron a todos que dibujaran a la Venus de Willendorf. La pieza era perfecta: curvas por doquier, feminidad en detalle, texturas, pero él hizo su propia versión.

Al dibujo de la pequeña estatua le colocó cabello ondulado, ojos claros, un par de lunares, era el vivo retrato de la chica de intercambio. Todos, absolutamente todos en el salón no aguantaban la risa por esa creación, aunque a la profesora le encantó su creatividad y le puso la nota máxima. Para él fue una sensación extraña, primero de pena y luego de orgullo. Había sido su mejor creación hasta el momento y gracias a esa chica. 

Al otro día cuando llegó al salón encontró dibujado en la pizarra un corazón, con tiza de color rojo y un pequeño mensaje que decía: "Me gustó mucho mi retrato como la Venus". Al mediodía, mientras hacía la fila en la cantina sintió que le tocaban el hombro, era la niña que lo veía directamente con sus ojos claros y le tendía un papelito que decía: ¿Podemos ser amigos?

Ese día descubrió que por algunos problemas de su pasado ella no hablaba y que por eso, como él, tan solo se dedicaba a observar y ocultarse tímidamente entre el océano de personas que era el salón de clases.

Al final de año ella tuvo que mudarse nuevamente de país, pero se siguieron escribiendo por años y la niña le enseñó lo más importante de la vida: lo que era el amor, la amistad, el poder de la creatividad y la empatía para entender a los demás. 

08 junio, 2022

La familia

Eran una familia peculiar. En su ciudad los conocían por su amplia historia delictiva que había pasado de generación en generación: durante sus inicios robaban ganado de haciendas vecinas para vender la carne, la piel y así estuvieron por varios años hasta que llegó un momento en que el mundo cambió, sus necesidades económicas también y tuvieron que mirar a otros negocios. 

Muchos años después vivían de asesinatos a sueldo, al menos cuatro al mes, y "la nieve", ese maravilloso polvo blanco que se instaló por todo el mundo desde Colombia y que era, con algo de astucia, muy fácil de transportar y vender. 

Así acumularon riquezas distribuida en varias casas, autos, lugares de retiro (un escondite para alejarse de la policía), una avioneta y varios peones que cuidaban sus propiedades. 

Pero todos esos ríos de sangre y adicciones que habían provocado, las lavaban durante diciembre, una fecha en la que suspendían cualquier actividad ilegal, salvo un cliente especial que apareciera y se dedicaban a reunir a todos los familiares para comer y beber como si fueran unos ciudadanos más del pueblo. 

De una de esa navidades siempre se contaba la historia de cuando Nando, uno de los más jóvenes herederos del negocio de "la nieve", estaba de lo más feliz asando par de terneras y un pernil, con el fogón a tope y litros de cerveza a su alrededor, aunque él por una mala experiencia con el alcohol, prefería tomar agua. 

Mientras cortaba el pernil para servirlo entre todos, en un momento quedó como hipnotizado por el costillar de cerdo que uno de sus hermanos había colocado en la parrilla y sin pedir permiso, comenzó a tocarlo como si fuera un xilófono, tratando de sacar música de esos huesos quemados y grasientos.

Como era de esperarse, se quemó parte de sus manos y la fiesta tuvo que detenerse. Muchos pensaron que había bebido pero no, más tarde se supo que en su vaso de agua un primo muy joven, sin querer, había colocado una pastilla de un producto que estaba evaluando introducir al negocio familiar e hizo que Nando entrara en aquella locura musical. 

La historia cuenta que al primo descuidado nunca más se le volvió a ver, que incluso sus zapatos no tocaron más la tierra y que Nando, ahora todos los diciembres prefiere beber cerveza de botella porque desconfía de los vasos de agua convidados.