22 junio, 2022

El pequeño gran panterito

En los primeros días de su vida se sentía como un gato normal, aunque a veces lo miraran de forma extraña por ser completamente negro y por sus ojos amarillos que en la oscuridad parecían dos faroles iluminados.

De hecho estaba resignado en que su vida iba a transcurrir en una rutina de tres pasos: comer, dormir, volver a comer. Pero cuando ya estaba a punto de cumplir su primer mes, una chica menudita, apenas al verlo, se quedó impresionada por su belleza y lo adoptó.

Allí todo cambió. Aprendió a correr, saltar, tumbar matas, incluso a agarrar pelotas para moverlas de aquí para allá. Poco a poco iba adaptando todo ese hogar desconocido a una gran selva donde era el rey. 

Sin embargo, seguía sin sentirse único y necesitaba aprender algo impresionante, que sorprendiera a su mamá adoptiva. Una vez, cuando estaba solo durante un fin de semana, caminó por encima de un aparato con botones e inmediatamente se encendió una caja, esa donde a veces miraban a varios hombres correr detrás de una pelota. 

Pero solo pudo ver a una gran figura, negra como él, de patas gigantes y ojos amarillos caminando por la selva, haciendo un rugido que hizo temblar toda la casa. Se quedó impresionado, quería rugir así, abrió la boca y apenas salió un maullido.

Quería intentarlo otra vez. Volvió a abrir la boca y nada, solo un maullido pequeño. Se entristeció un poco, pensó que no era especial. Sin embargo, planeó todo para volver a practicar cuando estuviera solo. Así pasaron unos dos meses, cada fin de semana cuando no había nadie en casa, veía al gigantesco animal negro y mientras rugía, él maullaba.

Una noche, mientras dormía soñando con una luz roja que lo perseguía, un grito lo despertó. Era su mamá que había descubierto un ratón en la cocina y lo intentaba matar con el cepillo de barrer. 

Entre despierto y dormido fue a averiguar, quería defender a su madre, necesitaba ser valiente al menos una vez. Así que miró al ratón, miró a su mamá y pensó en el animal negro de la pantalla; abrió la boca y un gran rugido hizo que el ratón huyera despavorido.

No había imaginado que podía lograrlo, pero por su mamá lo había hecho y ahora ella estaba llena de alegría. Lo abrazó, le dio un beso y desde ese día lo llamó: El pequeño gran panterito.