28 octubre, 2014

¿Puede ser bueno un asesino?

Hay preguntas que siempre han estado en mi mente, cuestiones que van al contrario de todo juicio moral, social e incluso natural de las cosas. No es por ser rebelde, anormal o simplemente ir contra la corriente, sino que expreso lo que muchos de ustedes también han pensado pero no se atreven a aceptar. 

Un asesino suele ser un individuo que planifica cómo hacerle daño a los demás, tiene una visión de la vida que tiende a ser filosófica y fuera de todo contexto real. El asesino no mide consecuencias, solo se alimenta del placer del resultado de sus actos, por eso, la mayoría lo ve como un ser repugnante, falto de escrúpulos y de todo respeto por su propia especie. Es una encarnación del mal sobre la tierra. 

Para muchos puede ser aberrante que alguien disfrute disparar contra otro, que por un simple arranque de ira destruya una vida. Un asesino tiene muchas encarnaciones: un genocida, un terrorista, un narcotraficante, incluso un militar. Todos ellos causan daño. 

Ellos causan daño pero también son personas, vienen del vientre de una mujer y son tan iguales a mí o a cualquiera. Tienen sentimientos, maneras de pensar arraigadas e ideales tan fuertes, que a veces envidio. 

En algunos casos merecen ser defendidos y hasta admirados. Pablo Escobar, el famoso narco de Colombia, fue vinculado a más de 10 mil asesinatos, 10 mil casos que causaron dolor a familias de ese país. Sin embargo, Escobar era un ferviente devoto del Jesús de Atocha, amaba a su familia y también al pueblo, incluso por el amor que le tenía a su hijo fue que cometió el error que el costó la vida. Gracias al dinero de las drogas construyó escuelas, canchas deportivas, ayudó a los más necesitados, todo un Robin Hood. 

Los nazis, esos que asesinaron a más de 3 millones de personas, tenían claras sus metas, sus objetivos y creían ciegamente en la superioridad de la raza aria. Estoy de acuerdo en que fueron crueles, que tal vez exageraron en algunos casos como la matanza de Auschwitz, pero, también admiro su fuerza para seguir una idea que los llevó casi a dominar el mundo, a formarlo a su imagen y semejanza. 

Sin ir muy lejos, la Inquisición ejecutó, torturó y quemó a miles de personas bajo la palabra de Dios. Los sacerdotes se dejaron llevar por la religión y la fe, esa que a veces crea a ciegos que se niegan a ver la realidad de las cosas. Desde su punto de vista, hicieron un bien (a base del mal) para darle un rayo de luz a la humanidad, incluso protegerla a costa de la sangre de inocentes. 

Creo que un asesino sí puede ser bueno, es bueno porque tiene fe, poder, cree en un ideal y en un bien superior, en un objetivo que prima por sobre todas las cosas. Muchos quisiéramos tener esa convicción para llevar nuestras vidas, esa mirada fija y clara en ese pensamiento que resume las ideas de Maquiavelo y nos lleva a lograr lo que queremos."El fin justifica los medios".

19 octubre, 2014

Despertando entre la pólvora

A veces cuando estoy deprimido quiero matar gente. Imagino que soy Amon Goeth en la ventana de mi casa. Un rifle en mis manos, un cigarro de quién sabe qué y comienzo a disparar. La señora que va caminando, ni imagina que en unos segundos sus sesos decorarán el asfalto. Disparo. Su cuerpo choca contra el suelo con una fuerza magistral. 

Un yuppie que pasa trotando, se nota que está en forma. Primero le disparo en la pierna, puedo oler su miedo. Ahora le doy el tiro de gracia, deja de sufrir. Doy una bocanada al cigarro que reposa en mi ventana. Nadie se da cuenta de lo que ocurre. 

Una anciana asomada a la ventana. La saludo. Me saluda. Le disparo, su cuerpo cae hacia el limbo. Pasa un perro al lado del cadáver del joven, olfatea, mueve la cola y sigue su camino. Un carro se detiene. El conductor se baja con un móvil en su mano, tal vez está llamando a la policía. Le disparo en la espalda, en la cabeza, en las piernas, tres balas certeras, pero ya ha sido muy tarde, escucho las sirenas de la patrulla. 

Me voy al sofá. Coloco el arma entre mis piernas, fumo de nuevo. Cuento hasta tres. Uno. Dos. Tres. El metrallazo destruye mi cara y mi cuerpo se impulsa hacia atrás como si fuera de goma, todo ha acabado.

17 octubre, 2014

"Open" de Agassi: Una lección de vida

Siendo un bebé, le pusieron una raqueta de juguete en la mano. Desde entonces, Agassi no ha hecho otra cosa que golpear pelotas de tenis. Su padre, obsesionado en convertirlo en un astro del deporte, construyó una máquina (el dragón) que disparaba 2.500 pelotas al día contra el pequeño Andre.

Escrita por el premio Pulitzer J. R. Moehringer, "Open" es la semblanza a corazón abierto de Andre Agassi, que en estas memorias se muestra tal como es: un hombre que debió enfrentarse a las presiones de su familia, de la fama, pero que siempre conservó el valor de la amistad y un sentido altruista de la vida. En esta cautivadora autobiografía, Agassi revela, con sentido del humor y ternura, una vida definida por la contradicción entre un destino impuesto y el anhelo por complacer a quienes lo han sacrificado todo por él. 

Andre Kirk Agassi hizo historia en el deporte blanco por su juego, sus 8 títulos de Grand Slam y sobre todo, por su manera de ser en la cancha, incluso, algunos periodistas deportivos especializados lo bautizaron como un punk rebelde que solo buscaba atención. 

Esta matriz de opinión se derrumba al leer su autobiografía llamada "Open", una buena analogía entre lo que significó para Agassi abrir las puertas de su vida a los lectores y llevarnos por toda su carrera tenística, una "profesión" que recorrió entre canchas y Abiertos de todo el mundo. 

Leer a Agassi en las 451 páginas del libro resultan una lección de vida, en un reflejo para muchos que dicen amar lo que hacen pero terminan cayendo en una relación de amor-odio difícil de explicar. 

Es incomprensible pasearse por "Open" y encontrarse con un exnúmero 1 del mundo insistiendo: Yo odio el tenis, no sé por qué lo hago. Andre con esa afirmación nos enseña una cruda verdad, mucha gente hace lo que hace para complacer a los demás; a los padres, a la familia, a los hermanos pero casi nunca lo hace por sí mismo. 

Unos años atrás escribí sobre el tenis, un deporte que a mi parecer es el mejor que puede existir. En su libro, Agassi lo confirma al describir lo que siente un jugador en la cancha. Es una batalla cuerpo a cuerpo, una guerra mental entre dos hombres que parecen boxeadores sin tocarse, cada drive, cada slice, cada ace es un puñetazo directo al contrario que no deja marcas visibles pero puede destrozar la estrategia del oponente. 

Andre nos enseña mucho de la vida gracias al tenis, a sus vivencias y a sus temores, unos temores que empezaron desde el primer momento que tomó una raqueta y que lo acompañaron hasta el día de su retiro, cuando aceptó que ya no podía luchar contra algo que odiaba pero que a la vez, le dio todo.

Video: Penúltimo juego de su carrera, 31 de agosto de 2006 en el Open de Estados Unidos contra el chipriota Marcos Baghgatis. 

14 octubre, 2014

...Mi semana...

El despertador chilla en mi móvil, son las 7:15 am del lunes y sé que acaba de comenzar mi semana. Cinco minutos en la cama. Veo las notificaciones. Twitter. Correos. Whatsapp. Juegos. Actualizaciones. Es hora de bañarme. 7:20 am. 10 minutos después me estoy vistiendo. El carnet del trabajo en mi cuello. Pantalones. Franela. Hora de desayunar. 7:35 am. Un yogurt. 10 cucharadas para mi, 5 para Cosette (la gata). Hora de irme. Empaco el desayuno. ¡Chao Cosette!. Cierro la puerta.

Comienzo a caminar unas dos cuadras hasta la parada del metrobús mientras veo el atasco de carros, en mi mente hay una pequeña burla hacia los conductores: tan apurados y la única manera que tienen de llegar a su destino es que ocurra un milagro y a sus carros le salgan alas. 8:00 am. Espero el bus. 10 minutos. 15 minutos. 8:20 am. Comienza la travesía. 

Un metrobús es como un mundo en sí dentro de un paralelepípedo de aluminio sobre cuatro ruedas. Los mismos conductores. Los mismos pasajeros. El viejo maracucho que le busca conversación a todos: - En Venezuela no hay nada-; -Los culpables de la cola son los mismos policías-. Pienso que tiene razón. Ahora yo quiero que el bus tenga alas, así como Red Bull. Veo al chamo pelón que tiene cara de molestia. Saludo con una mirada a un pana que estudió conmigo en la universidad. 20 minutos hasta la parada de la Clínica Metropolitana. El maracucho no deja de hablar. 10 minutos más y llegamos Los Cortijos. 

Casi una hora de mi casa hasta la primera parte de mi travesía diaria. Definitivamente Caracas es un desastre, las colas hacen que un paseo apacible de 10 minutos termine siendo de 60, casi como un viaje en avión de 700 kilómetros. Espero el otro metrobús que me llevará al trabajo. Igual veo a la misma gente de todos los días. El tipo que le habla a todos. Pienso que está loco, pero tal vez es esquizofrénico. Veo al cubano. Al que trabaja en Liberty Express. Llega el metrobús. 9:00 am. Otra cola. A pesar de todo llego 15 minutos después a mi trabajo. 

- Buenos días -. Los de seguridad no responden. Paso el torniquete. Marcó el ascensor. Ya se siente el movimiento. El piso 2 parece un iglú. Algunos trabajan con guantes, pasa montañas, chaquetas de piel, hay frío parejo. Enciendo el tv. Abro 19 pestañas en mi navegador. 9:30 am. Marco la entrada. Comienza la función. Twitter. Correos. Facebook. Correos. Twitter. Skype. 1:30 pm. Casi media jornada. 2:00 pm. Almuerzo. 

El cafetín parece una sala de espera de una clínica. Una nube de ideas sin sustento. Ella habla de las uñas. La otra de lo que comió en la noche. Yo mientras tanto escucho. Como el pollo. Como tajadas. Como pollo de nuevo. Tomo el jugo. Como tajadas. En 15 minutos ya está listo. Aspiré la comida. Somos las hormigas trabajadoras para el sistema. 3:00 pm. De nuevo en mi puesto. Correos. Twitter. Facebook. Reunión. 6 p.m. Salida. 

Ya el sol se ocultó y comienza a cerrar el día. El retorno es tan rutinario. Es practicamente todo lo que hice antes de llegar al trabajo pero en rewind. Me imagino caminando hacia atrás. Paso a los de seguridad. Retrocedo a la parada del metrobús. Me monto. Vuelvo a mi asiento. Cola. Gente. 6:30 pm. Llego a los Cortijos. Corro para alcanzar el metrobús hacia mi casa. Pago. Me parece que vivo un deja vu del recorrido de la mañana. Incluso está la misma gente. - Gracias a Dios no está el maracucho-. A veces veo al pelón con cara de molestia. En mi mente hablo con él. - ¿Te acuerdas de la cola de la mañana?, creo que este es el mismo chofer-. 

6:50 p.m. Llego a la parada. Paso por el mercado. Los ejecutivos compran comida para la casa. A veces compro los yogurt para Cosette y para mi. Paso por la licorería. Ellos se ahogan en alcohol. Yo estoy cansado. Sigo caminando. 7:00 pm. En casa. ¡Hola Cosette!. ¡Hola mini! (Mi hermana menor). ¡Hola Mireya! (Mi madre). Ceno. Leo. 8:00 pm. De nuevo la computadora. Twitter. Facebook. 10 pm. Me despido de mi futura esposa. Un sms. Te amo. Leo un poco más. 11:00 pm. Sueño. 

Despierto. Repito todo lo anterior. Es una rutina. Una rutina multiplicada por cinco. Lunes. Martes. Miércoles. Jueves. Viernes. ¡Fin! de semana.