22 junio, 2015

...Quisiera...



Quisiera regalarte un racimo de estrellas, 
que cada una tenga una semilla 
para que siembres cada uno de tus sueños 

Quisiera regalarte cada una de mis uñas, 
para que con ellas escarbes la tierra 
y puedas ocultar tus tesoros 

Quisiera darte mis ojos para que veas el horizonte 
y el atardecer de cada día,
y te guíes al rumbo de tu vida 

Quisiera regalarte mi corazón
para que cuando estés cerca de morir,
 lo tengas de repuesto y vivas para siempre

16 junio, 2015

Cosette y el ratón que no veía

Todas las noches Cosette, la gatica de patitas de nieve, se acostaba tranquilamente en la alfombra del baño. 

Cuando se encendían las luces, miraba hacia arriba y allí estaban los gigantes, con sus palabras extrañas que parecían una canción y en ella causaban extraños efectos.

Maullaba, se ponía patas arriba y daba vueltas esperando una caricia. Los gigantes se sentaban a causar malos olores, a veces se lavaban los dientes o las manos, mientras ella los veía para entender sus costumbres. 

Al apagarse la luz y cerrarse la puerta, Cosette se acercaba al hueco oscuro más cercano para llamar a su amigo de todas las noches, un pequeño ratoncito que no podía ver. Cosette le maullaba, en señal que todo estaba bien y le daba la pata, para que su amiguito se montara sobre su lomo. 

Bien firme a los pelos de Cosette, el ratoncito la mordía en la oreja suavemente para que comenzara a caminar. Esa era la señal, ambos abrían la puerta con la ayuda de las patas y se escapaban por toda la casa.

Cosette le iba contando lo que veía, mientras el ratoncito se reía y se impresionaba.

¡Este es mi platico de comida, por allá están mis peluches regados!, decía Cosette mientras paseaba por todos los rincones. Se montaba en la bañera y dejaba que le cayeran unas goticas de agua al ratoncito, que se mojaba los bigotes y calmaba su sed. 

Luego se echaban en el mueble y dormían toda la noche, roncando y soñando con trozos de queso, tarros de leche y gigantes que caminaban por toda la casa. 

Al amanecer la gatica se desperezaba, agarraba al ratoncito aún dormido por la cola y lo llevaba de nuevo a su hueco, para que descansara y esperara por una nueva aventura.

08 junio, 2015

...En tu cuerpo...

Estar dentro de alguien es una sensación extraña. Nadar en sus fluidos. Tener la cabeza chocando contra sus intestinos y sentir que te quieren estrangular, un movimiento de serpiente a medida que la digestión hace su trabajo.

Es raro sentirse parte de otro. Ver su corazón latir, darle unos cuántos golpecitos para comprobar que realmente se mueve por obra y gracia del señor. Escuchar ese soplido constante que infla los pulmones. Si miras hacia arriba, se filtra la luz cada vez que se abre esa boca ajena, si miras hacia abajo hay una piscina de ácidos que tritura todo lo que caiga en ella, un río de lava humano. 

Si sigues más arriba. Puedes sentirte un explorador a través de varios túneles. Las orejas. La nariz. Si te posicionas detrás de los ojos, es como si miraras a través de un telescopio, enfocas objetos a kilómetros de distancia y puedes verlos. Detrás de ti, mientras observas puedes escuchar como el gran generador eléctrico lanza un rumor seco: miles de millones de conexiones infinitas se generan para mover ese cuerpo que te alberga. 

Te dejas caer a través de la traquea, colocarse un traje especial para no morir derretido en el mar de lava y esperar un rato. Si uno es tan indeseable para ese organismo, cosa que probablemente ocurra, en unos minutos sales expulsado en una potente flatulencia que te hace chocar contra una masa de agua. Tranquilo, lo más seguro es que el golpe te mate y allí tu vida acabará.