28 octubre, 2016

...Al filo de la cumbre...


Cuando cruce al más allá, quisiera hacerle a mis seres queridos una pregunta: ¿Recuerdan lo último que vieron antes de morir?

No sé ustedes, pero creo que puedo decir con exactitud lo que se refleja en los ojos del asesino en el momento exacto en que te quita la vida.

He estado en esa situación incontables veces. Cada día, desde que me levanto, es una constante lucha por alcanzar la cima de mi Monte Everest personal. Comienzo lentamente, sorteando obstáculos, saltando sobre rocas y ganando puntos a mi favor.

Tropiezo con esos ojos que están en el tope de la montaña, que me miran como un águila a su presa, pero trato de no pensar en ello y sigo.

Su energía negativa me debilita un poco, pero trato de compensarlo imaginando el paraíso: violines, arpas, baterías, voces celestiales y la luz de la cumbre.

Estoy cansado, a pesar de repetir día tras día la misma ruta, mi cuerpo no se acostumbra y se debilita. Agotado veo desde un rincón cómo el sol se empieza a esconder, justo allí, veo que crece una flor en la tierra y me enamora.

La tomo en mis manos, la guardo y pienso plantarla en la cumbre. Casi estoy llegando, he logrado sortear los obstáculos y ya comienzo a imaginar mi alegría, mi felicidad al llegar al tope desde donde ella me miraba; sin ayudarme, sin lanzarme al menos una cuerda o darme palabras de aliento.

No la juzgo. Pienso que ella también ha estado en una lucha interna, escalando su propia cumbre y por eso no ha tenido oportunidad de ver mi esfuerzo. Estoy seguro que cuando llegue a su lado, me ayudará y podré descansar.

Pero todo es muy distinto. Cuando ya estoy con mis dos manos sujetando el filo de la cumbre, con mis dedos sudorosos y con mis ojos en sus ojos esperando por su mano amiga, nada ocurre. Su mirada es fría, comienza a reflejar el fuego de la ira y solo puedo escuchar reclamos.

A pesar que ha visto mi valor, mi esfuerzo y mis ganas por llegar a ella, no intenta ayudarme para evitar que caiga al fondo del precipicio del que vengo.

Sus críticas son como balas: no diste el paso que yo esperaba, tardaste demasiado, sigues tomando la misma ruta y no la cambias, fallaste otra vez.

Como última esperanza, recuerdo la flor. A tientas se la ofrezco, sus ojos cambian a ternura y finalmente veo el cielo en su cara, con sus gestos de niña me dice que me tomará en brazos y aliviará mi cansancio.

Toma la flor entre sus manos, la huele y me da las gracias. Está contenta. Pero eso dura solo unos segundos. Luego de aspirar su aroma, la lanza al vacío y con sus pies comienza a aplastar mis manos.

Trato de resistir, pero inevitablemente caigo.

A medida que mi cuerpo se acerca al fondo del precipicio, recuerdo su cara al ver la flor. Ese es mi regalo, mi único recuerdo al morir y el que me dará energía para intentarlo nuevamente cuando vuelva a salir el sol. Tal vez, en esa oportunidad tenga suerte en la cumbre. 

24 octubre, 2016

...El rompeolas...


Hoy me di cuenta que soy una piedra en un rompeolas. Cada día veo salir el sol con su fuerza, su brillo y la energía que le imprime a la tierra.

Mientras espero que suba la marea, para atropellarme con una fuerza impresionante, miro directamente al horizonte para imaginar qué hay más allá de esa línea de fantasía. Los barcos pasan lentamente, las gaviotas revolotean en círculos y las olas comienzan a llegar.

La marea va subiendo, comienza a ahogarme pero ya estoy acostumbrado. Los cangrejos caminan sobre mí y me quitan algunos pedazos, pero ese es el ciclo de la vida: dar para recibir.

Sigo soñando con el horizonte cuando viene la gigantesca ola que día tras día me impacta como un huracán. Me golpea con tal fuerza que pareciera querer quitarme de su camino, al ver que sigo allí, retrocede y nuevamente me golpea.

Yo, al ser una piedra moldeada por energía, ganas y esperanza, permanezco firme ante sus atropellos. El resto de la tarde es una lucha entre esa ola y mi cuerpo. Me da un golpe y retrocede, trata de ahogarme y quemarme con agua salada, pero aún sigo con mis ojos bien abiertos.

Al final de la tarde, la ola comienza a cansarse y pasa a ser una leve marea. El sol cae y todo se torna oscuro, los pájaros se van y el horizonte se apaga, quedando tan solo adornado por millones de puntos blancos que me llenan de ganas para seguir soportando a la gigantesca ola.

Ya es de noche, la ola se ha dormido y yo miro las estrellas. Ella no lo sabe, pero me he enamorado. Gracias a sus embates por borrarme de la tierra he sido moldeado, he cambiado y soy ahora más resistente.


Mañana vendrá a intentar desaparecerme y yo estaré allí, resistiendo y tratando de decirle: detente, si trataras de entenderme, tú y yo podríamos ser algo más que enemigos.

12 octubre, 2016

...Muchos hombres necesitamos lo que tiene Deyna Castellanos...


Siempre he pensado que las mujeres son el motor del universo, sin ellas los hombres fuéramos prácticamente inútiles en muchos sentidos y estaríamos totalmente solos en este planeta azul, sin ir tan lejos, ya nos habríamos extinguido.

Las mujeres tienen belleza, temple, un sexto sentido que parece el procesador de una máquina, su tolerancia al dolor es única - sí, tan solo la capacidad para soportar dar a luz, es algo de otro mundo - y son increíblemente inteligentes para saber aprovechar esos lugares del cerebro que para nosotros los hombres a veces permanecen inexplorados.

He pensado mucho sobre esto en los últimos días luego de ver a Deyna Castellanos, la futbolista venezolana que ha puesto de cabeza a más de un equipo en el Mundial de Fútbol Femenino Sub-17. Al ver su estrategia de juego, su ritmo arrollador y como revienta las redes del contrario, debo admitir que Deyna es un claro ejemplo de que en algunas oportunidades los hombres somos unos inservibles.

Demás está decir que esta dama ha puesto en tela de juicio lo que hace la Vinotinto masculina, un equipo que, aunque muchos no quieran admitirlo, tiene que volver a nacer completamente para poder llegar algún día a jugar como lo hace la estrella del equipo femenino.

No quiero ahondar en temas deportivos, porque no soy especialista en ello. Solo debo afirmar, como escribí hace muchos años, que todos los hombres tienen una mujer interna
Y hoy, más que nunca, muchos de los que nos consideramos machos – me incluyo – deberíamos tomar el ejemplo de Deyna y desear tener al menos un poquito de esa gran mujer venezolana, porque con esa energía y esas ganas muchas cosas podrían cambiar por estas tierras.