02 noviembre, 2019

El coliseo romano


Decidí que era todo. Debía hacer algo para acallar todo lo que me agobiaba en el pequeño departamento oscuro donde solo se filtraban las luces de un mundo que desde hace días no me atrevía a visitar. 

Dibujé con mis manos cada rincón. Palpé la cómoda donde unos meses atrás estaban sus vestidos, sus zapatos, su ropa interior, sus franelas que primero fueron mías y luego de ella, sus perfumes, en todos los lugares podía ver su recuerdo.

Miré por la ventana, todo era ajeno para mí. Busqué debajo del mueble y allí estaba la solución. Un pequeño revolver calibre .22 que siempre guardé para "una ocasión especial". Verifiqué que todo estuviera en orden, lo coloqué en mi boca y por primera vez se hizo la luz en ese mínimo espacio.

Pero hasta eso me salió mal. En vez de morir, me di cuenta que aún vivía y que estaban naciendo muchos yo a partir de los pedazos de mi cerebro, de mi sangre y los restos del disparo que pegaron contra la pared.

Estaba creciendo a un ritmo vertiginoso y pronto los 22 metros de espacio que eran mi hogar se vieron sobrepoblados por mis clones. Fue el caos, todos comenzaron a reclamarse entre sí.

¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué dejaste que todo llegara hasta este punto? ¿Qué te costaba hacer las cosas diferente? ¿Y si intentas hablarle? ¿Eres estúpido? ¿Tan mal hiciste todo en los últimos años para quedar así? ¿De verdad valía la pena intentarlo más de seis veces?

Fue una pelea infinita que duró pocos minutos, pronto entre ellos mismos comenzaron a golpearse, a hacerse daño, tomaron los cuchillos de la cocina y se cortaban la yugular, una cuchillada directo al corazón, era una microversión del coliseo romano.

Al final todo fue sangre, todo fue silencio y sin embargo, todas las preguntas que se hicieron quedaron flotando en el aire sin respuesta alguna, ¿algún día las habrán? ¡No lo sé!