07 julio, 2022

¿Quieres ver el amanecer?

Apenas había caído la noche cuando llegó a su casa. Todo estaba a oscuras, en silencio y las habitaciones desiertas, tan solo llenas por el arrullo de las olas que se filtraba a través de la ventana. A ella le pareció extraño, porque su pareja le había dicho que saldría temprano del trabajo. 

Tal vez se detuvo a comprar la cena, pensó. Fue a la cocina, tomó agua, se descalzó y fue directo al baño. Su ritual era siempre ducharse con agua tibia, porque le parecía sentir que cada poro se abría a medida que pasaba el tiempo.

Al salir y buscar su ropa en la cama, notó que en la almohada había un sobre sencillo con apenas un mensaje con un corazón dibujado: te espero en la playa, sigue el punto amarillo.

Esa era la razón por la que su chico no estaba en casa, tal vez le había preparado una especie de picnic nocturno bajo el cielo estrellado y con la arena de mantel. Esas eran las ventajas de vivir en la costa.

Se vistió lo más sencillo que pudo: una coleta, un pareo y sandalias. Al salir de casa, se fijó que al extremo de la bahía estaba el punto amarillo, una fogata, tal vez. 

Después de 15 minutos llegó al lugar, desolado y uno de sus favoritos cuando necesitaba hablar de cosas importantes sobre su vida en pareja, trabajo, o simplemente tomar algo para relajarse. 

Su chico estaba sentado sobre la arena, con una sonrisa pícara, una botella de champaña, un par de sandwiches y una bandeja de frutas. ¿Qué celebramos?, le preguntó extrañada. Él le contestó que nada, solo le había provocado. Eso le encantaba, su espontaneidad y la manera en la que se ponía creativo sin necesidad, nunca se lo había confesado, pero le generaba un cosquilleo en algún punto remoto de su feminidad. 

Apenas se sentó sobre la arena, aceptó de buen gusto una copa de champaña y un par de uvas que su chico le daba en la boca como si fuera una reina. Luego le dijo: ¡Voy a taparte los ojos y tomar tu mano, tú solo debes seguirme! Primero sintió temor, pero confiaba en él. 

A ciegas sintió cómo quitaban el nudo de su pareo para quedar en ropa interior. La mano que conocía de memoria la invitaba a caminar, así que dio unos cuantos pasos hasta que sus pies tocaron el agua. Era tibia y calma, tal cual como el océano caribeño después de una tarde soleada. 

Siguió caminando, ahora con un brazo rodeando su cintura hasta que sintió el agua hasta el cuello. Le quitaron la venda de los ojos y pudo ver a su pareja, que poco a poco comenzaba a besar los lunares que parecían una galaxia que custodiaba el el planeta principal, sus labios. 

Para sentirse más segura, lo rodeó con sus piernas y también lo besó. Le lamió las orejas, le mordió el cuello y los labios, de una manera suave. Así con sus piernas alrededor de su cintura, comenzó a sentir la dureza de su masculinidad y eso le erizó la piel, lo que hizo que le diera un poco de pena y agradeció por la oscuridad del mar nocturno: su cuerpo siempre reaccionaba así cuando él la besaba, era como si siempre fuera una primera vez.

Él también correspondía a sus besos hasta que supo que no había marcha atrás, nuevamente le pidió que cerrara los ojos y sintió como volvían a la orilla. Con suavidad se dejó llevar hasta que quedó acostada sobre la arena. 

Sintió que unas gotas de champaña caían sobre su ombligo y luego, la lengua juguetona de su chico que la recorría de arriba a abajo, marcando la línea que comenzaba entre sus senos y se perdía justo en la frontera de la fina tela que cubría su pubis. 

La champaña seguía corriendo, su corpiño ya estaba bajado y sus pezones recibían mordiscos suaves, pellizcos y lamidas, mientras él le decía al oído: la punta de tus senos siempre me han parecido tan dulces y duros como una ciruela.

Ella ya lo guiaba con sus manos y poco a poco lo fue bajando, quería sentirlo allí. Él entendió, le quitó suavemente el calzón para descubrirla húmeda y emanando calor. Primero besó la fuente de su placer, luego bebió de sus fluidos, y la recorrió desde su pubis hasta la entrada de su trasero. 

Repitió esto muchas veces, alternando con dos dedos hasta que supo que ella llegaría al clímax. En ese momento se detuvo, esperó uno, dos, tres segundos, quería hacerla sufrir de una manera tierna. Ella no entendía, se quitó la venda y esa fue la señal, apenas descubrió sus ojos sintió como el miembro de su chico la penetraba con intensidad, una y otra vez, salía y entraba mientras la besaba en el cuello. 

Ambos llegaron en un orgasmo increíble que se multiplicó varias veces para ella, cuando le colocaron unas uvas en su ombligo y leche condensada en los pezones, a medida que la comían, su feminidad palpitaba apretando el miembro duro de su chico. 

Así estuvieron unos minutos hasta que el cantar de las gaviotas los sacó de su ensueño, ¿Quieres ver el amanecer?, le preguntó mientras la besaba tiernamente en los labios.