04 noviembre, 2018

El laberinto


El eco de su voz me perseguía por todo el laberinto. Solo quería escapar, pero su omnipresencia me atrapaba como una telaraña a su presa.


En mi mano tenía el cuchillo con el que quería matarla, y en la otra, la máscara con la que había ocultado mi tristeza por años.

No podía más, sentía que corría en círculos, seguía escuchando esa voz y yo solo quería eliminarla.

Caí de rodillas totalmente agotado, en ese instante descubrí lo que no había querido entender durante muchos años: ella estaba dentro de mí, en mi mente, en mi sangre, en mis pensamientos, ella era yo.

Triste pero feliz por tener algo de fuerzas, decidí que teniendo la solución, solo faltaba concretarla. Tomé el cuchillo, comencé a abrir las venas de mis muñecas. La sangre comenzaba a teñir de rojo la pureza de la máscara feliz.

La energía fluía de mis venas, escapándose por las losas del laberinto y poco a poco, a medida que se cerraban mis ojos, la voz que resonaba en el laberinto se fue apagando.

Todo había terminado, ella y yo estábamos muertos.