13 noviembre, 2018

Martes 13


Sabía que algo iba a pasar. Era martes 13, las calles estaban desiertas, más oscuras que de costumbre y las sombras parecían tener vida.

Todos los días tomaba esa ruta para llegar a mi casa. La misma esquina, los mismos faroles, los mismos carros estacionados, los mismos ruidos, pero esa noche presentía que alguien me seguía.

Al voltear sobre mis pasos, no podía ver a nadie, pero sabía que se acercaban. A unos metros de la puerta de mi edificio, unos dedos gélidos tocaron mi hombro. Trastabillé del susto, sabía que nadie podría acudir a ayudarme.

Esperaba lo peor, pero al voltear quedé embrujado por unos ojos color miel, enmarcados en una piel blanca de hielo que resaltaban unos labios rojos, que combinaban perfectamente con el sobre todo que cubría a la chica desconocida.

Siempre había tenido la extraña superstición que la muerte llegaría a buscarme un martes 13, pero jamás imaginé que sería de esa forma.

Me pidió que la invitara a pasar a mi hogar, allí bebimos vinotinto, hablamos del pasado y tuvimos sexo, concediéndome un último deseo. Con cada gemido se transformaba en una de las tantas mujeres que habían pasado por mi vida.

Tuve orgasmos con todas y al final, volvió la desconocida y con una cuchillada atravesó mi yugular. Llegó a mi vida ese martes 13 para borrarla para siempre del mundo.