13 marzo, 2019

Vida infinita


Las gotas de lluvia chocaban contra el parabrisas del automóvil, parecían piedras de agua que buscaban atravesar el vidrio para evitar que llegáramos a nuestro destino.
La carretera era una lengua infinita de asfalto que batallaba por mostrarse ante la luz de los focos, aunque la tormenta caía como una pared oscura que cubría todo a su alrededor. 

A mi lado, estaba ella, siempre ella. Estábamos tomados de la mano, sin hablar, simplemente escuchando el golpeteo del agua contra el carro y el roce del viento contra las ventanas. 

Aunque debía fijarme en la vía, a veces volteaba a mirarla, nada, nada había cambiado en su cuerpo. 

Era como si el tiempo la hubiera congelado para sentarla nuevamente junto a mí casi una década después, quería hablarle, pero tenía terror de decir algo indebido y como siempre, se desatara otra tormenta, pero esta vez, de palabras y reproches por cosas del pasado. 

No pude más, di un volantazo y rápidamente nos salimos de la vía. Nos estrellamos contra un árbol, el vidrio atravesó mi cara, la de ella también. 

No entendí por qué lo hice, solo quería intentar que todo renaciera de nuevo, que todo lo que había ocurrido hubiera sido solo un parpadeo en una vida infinita entre los dos. 

Luego de unos minutos el carro estalló, sentí como nuestras almas flotaban, atravesaban el cielo y desperté, desperté en sus brazos. Todo había sido una pesadilla.