13 enero, 2020

Sin escape


Me acosté a su lado. Era hermosa, curvas perfectas y un olor que me volvía loco. Comencé a tocarla, a besarla e incluso a jugar con mis dedos en algunos lugares prohibidos.

Ella se dejaba hacer, cerraba los ojos en señal de placer, mordía sus labios y descubría sus senos para que los besara. Unos minutos después, todo cambió.

Su cuerpo me atraía hacia adentro. Mis manos estaban siendo succionadas, su lengua ahora era una navaja que cortaba toda mi boca y estaba perdiendo cada uno de los sentidos a medida que ella me tocaba.

Sus dedos eran sables y su intimidad era mi perdición. Poco a poco fui atraído por su intimidad, no quedaba nada de mí y sentía que no había escape.

Había caído en una trampa como si fuera arena movediza, al final desaparecí dentro de su cuerpo.

Ella era dueña de mí y ahora no tenía libertad, un minuto de placer se había convertido en una experiencia de dolor, mi cuerpo era suyo y le pertenecería para siempre.