Ella me miraba fijamente, con ese clásico gesto que toman las personas cuando te quieren presionar para que comiences a hablar.
Pasaban los minutos y yo seguía sin articular palabra, todo lo decía en mi mente que trabajaba a una velocidad ensordecedor que me estaba provocando una jaqueca.
Opté por quedarme callado, tal vez de esa manera ella hablaría y aclararía mis dudas. Ambos nos quedamos callados, retándonos en silencio y dejando que el ruido de la calma guiara la supuesta conversación.
Tras media hora de estar así, me levanté y abrí la puerta del departamento. Era hora que saliera de mi vida para siempre. Solo en ese momento se dignó a tomar la iniciativa, me besó y se fue. Sabía que ya no volvería a estar en este plano para mí.