09 agosto, 2022

Volar


Tendría unos 30 años cuando intenté volar por última vez. Sabía que era imposible, los humanos no están diseñados para ser uno con el viento. Sus huesos son muy pesados, tienen poca aerodinámica y los hay de distintas formas, pero ninguno tiene alas.

En fin, yo quería volar. Y aunque estaba claro que no podría, pensé en otra forma de convertirme en una ave: dejar que mi mente vagara a través de mis sueños, deseos y fantasías. 

Ella me hacía volar en ese sentido pero también me atemorizaba, todo a la vez. Cuando la tenía cerca parecía que podía levitar, escapar a un lugar mejor. Su cabello negro muy liso, su piel blanca, su boca, su trasero, todos esos detalles me capturaban como en una especie de burbuja y me hacían subir al cielo. 

Pero cuando intentaba romper esa barrera invisible para tocarla, descubrir qué iba a sentir realmente al tenerla junto a mí, mis alas se entumecían y me hacía muy pequeño, lleno de temores, dudas, de un rechazo que sabía que podía existir y me dañaría para siempre. 

Prefería quedarme volando dentro de mi espacio cerrado, mirándola, soñándola, deseando hacerla mía por al menos un momento, una oportunidad donde sabía que los dos podríamos volar hacia un mundo increíble y único.