11 octubre, 2018

Tres palabras


Renací en sus ojos, fue en ese momento en el que supe que aunque quisiera no la iba a poder olvidar tan fácilmente.
En sus pupilas había un brillo especial, su boca estaba mucho más ruborizada que en días anteriores y su cuello se veía seductor.

Detallé cada parte de su piel, incluso la que estaba tapada por la blusa transparente. Me recreé imaginando ropa interior negra, su panza un poco abultada y los lunares que cubrían su pecho. Todas mis defensas, mis prejuicios, mis errores, desaparecieron en ese momento.

Ella al parecer también se dio cuenta, trataba de disimular haciendo muecas de besos con sus labios. Trataba de peinarme, luego seguía hablando y mirando hacia la pared, hacíamos un ademán de tomarnos las manos y nos quedábamos extasiados en el silencio más ruidoso de todos: el de nuestros pensamientos.

Yo la quería mantener allí, en ese rincón, pero también la quería desaparecer del mundo para disfrutarla al menos por un instante. Sin saberlo, ella me estaba dando vida otra vez, me hacía sentir cosas indescriptibles.

Cuando dijo esas tres palabras me di cuenta que ya era demasiado tarde. Ella no quería destruir algo que había sido como la creación del universo, una chispa que desató en poco tiempo un juego de pasiones tan intensas que produjeron peleas, cariño, deseo y atracción indescriptible. 

Mi pesadilla era que se fuera, quise decirle que en una noche de insomnio la imaginé partiendo para no hablarme más y tuve ganas de llorar, pero eso era demasiado, sería decirle que la quería demasiado y ella iba a pensar que era demasiado débil e intenso. Por eso cuando me dijo las tres palabras, solo pude responder: ¡lo sabía!