28 marzo, 2020

El silencio absoluto


Desde la cruz finalmente entendió el error que había cometido. Tardó más de 2000 años en darse cuenta, pero esa noche fue como si su Padre le hubiera abierto los ojos nuevamente.

Frente a Él estaba ese falso representante de su palabra, enjuto, solitario, predicando al viento cosas tan vacías como el lugar donde estaban. Quería quitar los clavos de sus manos, caminar hacia ese pedestal donde ese hombre se erigía como Rey y decirle cuán equivocado estaba. 

Sí, tenía que intentarlo. Con las fuerzas que acumulaba después de ver injusticia, tras injusticia, logró separar su cuerpo de ese pedazo de madera, y como aquel día que caminó sobre el agua, flotó lentamente hacia el hombre que estaba concentrado en dar la misa.

Una pequeña palmada en el hombro sirvió para sacarlo del éxtasis religioso. Él lo miraba con desprecio, con rabia por haber desvirtuado todas sus enseñanzas, por querer parecer benevolente cuando en realidad, en medio de aquella soledad, daba señales de grandeza. 

Con su mano alzada invocó a su Padre, la tierra se abrió haciendo desaparecer al falso predicador y el silencio fue absoluto. Desde las entrañas del suelo volvió a nacer la gente, todos surgían como las raíces de un árbol y fueron poblando nuevamente la plaza. 

Miles, millones colmaron el espacio para maravillarse del milagro; el verdadero Mesías había vuelto para salvarlos y darles una nueva oportunidad, esta vez, dejándoles pensar lo que quisieran y cómo desearan, lo importante era que fueran felices siendo sinceros consigo mismos.